Formas del fracaso

Todavía nadie ha propuesto, con las garantías debidas, un referéndum sobre la pena de muerte

Hoy se celebra, en cierto modo, la historia de un fracaso. También en lo que concierne a la reciente conmemoración de Magallanes/Elcano. Recordemos que Colón y Magallanes iban buscando el Oriente de las especias (en el caso de Magallanes, la propiedad de la corona española sobre el Moluco), siendo así que al malograrse sus expediciones se abrió paso una realidad más vasta. La vasta y gloriosa realidad americana, en lo tocante a Colón, y la completa perimetración del globo, en la travesía culminada por Elcano. Quiere decirse, pues, que uno no sabe nunca qué caminos tomará el futuro (bien lo hemos aprendido con la reciente epidemia), y que es difícil aventurar, en contra de lo creído por Ortega, cuáles serán las repercusiones de lo que hoy obramos de buena o mala fe.

Digo todo esto por la fiebre plebiscitaria que azota a Europa, y que se concentra, bien en la acuciosa grey nacionalista, bien en los partidos más inclinados a una solución rauda y extrema de las cosas. Recientemente, en España hemos conocido la astracanada cantonalista de 2017, el sueño republicano de Podemos, y ahora la propuesta de Vox, que también quiere acudir a la urna caliente como forma de ordenar el zaragatal de España. El caso de Escocia y la señora Sturgeon, que amenaza con inclinarse a la desobediencia si no se le concede otro referéndum, es un ejemplo suficiente de lo que decimos. Este asunto, por otra parte, debe vincularse estrechamente al referéndum del Brexit (recuerden a la simpática pareja Farage/Johnson, "Europa ens roba", prometiendo una lluvia perpetua de hidromiel), de cuyas repercusiones la señora Sturgeon ha extraído sus propias y no muy halagüeñas enseñanzas. De todo este aparatoso juego al sí o no, donde los matices no existen, no cabe deducir una democracia compleja. Si acaso, una suerte de asamblea escolar, donde gana quien formula la pregunta, tras agitar amargamente las pasiones.

La paradoja de esta apelación constante a la democracia directa, a la democracia asamblearia y real, es que obra contra la propia urdimbre democrática. Todavía nadie ha propuesto, con las garantías debidas, un referéndum sobre la pena de muerte o cualquier otra cuestión candente. Pero no es descartable, dado el curso de los hechos, que acabe fructificando una desgracia pareja. El Parlamento es un excelente refrigerador de las pasiones espurias. Si el Parlamento se dedicara a agitarlas -en nombre de la democracia, claro está-, es fácil averiguar que habremos equivocado, estrepitosamente, el rumbo.

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