Gafas de cerca

Tacho Rufino

jirufino@grupojoly.com

Fiestas de primavera

Es tabú recordar que suspender el aprendizaje antes de final de curso tiene algo de raro

Programar las fiestas populares en primavera tienen bastante sentido climatológico en Andalucía, y cabe apostar a que las ferias, los carnavales, la temporada taurina e incluso las semanas procesionales se fechan de forma tradicional e histórica en la estación previa a la crudeza del verano meridional por una mera prevención de los efectos de la inclemente canícula sobre las personas, aunque esto no excluye que asuntos religiosos y paganos tengan que ver en nuestro calendario de jopeo y emoción espiritual; ambas cosas por separado o las dos juntas. Antropólogos e historiadores tiene la ciencia (y la Iglesia); no es éste el lugar de ese debate. Si en muchos pueblos tales fiestas se datan en verano, bien puede que sea porque es esa estación la más apropiada para aglutinar una cierta masa crítica de participantes. Porque no hay casillas libres en el calendario, ni lugareños suficientes -no emigrados a la capital o más allá- que den cierto color a la cosa.

Es seguro, por lo demás, que cuando estos festejos se fueron consolidando no estudiaba la mayoría de los jóvenes, y mucho menos los de edad de estar cursando el bachiller, y menos aún una carrera universitaria: a diferencia de lo que sucede hoy, en esta tierra estudiaban a esos niveles cuatro gatos. Congratulémonos por haber superado, como sociedad, aquella edad de elitismo educativo y de falta de oportunidades. Sin embargo, las fechas de celebración de todo el pueblo -el propio y el forastero- siguen en sus trece... y esos trece coinciden justo con la fase formativa de cada curso que es previa al final del curso. No sólo para bachilleres y universitarios, sino también para niños que aprenden a leer o dividir: la primavera es un momento crítico del proceso de enseñanza y aprendizaje, y es justo ahí donde en algunas localidades se dan vacaciones de hasta dos semanas; alternas, pero semanas. Parece indiscutible que en todo esto hay algo anacrónico (como en empalmar una feria con una romería, pero allá quien -ya bien adulto- pueda costeárselo y tenga ánimo, cuerpo y moneda para el reto).

En otras latitudes menos sandungueras y más gélidas, se dan estas vacaciones en el desaborido invierno. Cuando estábamos discutiendo -poco, la verdad- sobre los cambios de la ley educativa, llegan las tremendas fiestas sureñas, que chupan tanta cámara a nivel nacional. Y hablamos de matemáticas feministas y de ánades hembra en vinagre. Pero no de racionalidad en los calendarios de quienes se están formando. Los de los niños, adolescentes y jóvenes en la rampa de lanzamiento laboral.

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