La Fiesta, a pesar de todo

Es esa fiesta a la que acude la literatura, en la que late el más rico anecdotario salido del alma humana

Así que pasen tres días se cumplirá el primer año desde la trágica tarde del día 9 en que un toro de Los Maños acabó con la vida del diestro segoviano de Grajera, Víctor Barrio. Un par de meses antes había cumplido veintinueve años. Hacía más de tres décadas que un matador de toros no sufría una cogida mortal. Paquirri en 1984, en Pozoblanco, y El Yiyo en 1985, en Colmenar, fueron los últimos vencidos en ese ancestral pulso que la fuerza y el instinto mantienen contra la inteligencia, el arte y la belleza. Otros toreros han muerto en este período, Manolo Montoliu y Ramón Soto Vargas, banderilleros, en 1992, y el picador José Antonio Muñoz Ortiz, en 1999. Montoliu, valenciano, había sido matador de toros y a Soto Vargas lo mató un novillo. Muñoz Ortiz era un veterano que murió aplastado por el caballo que montaba cuando éste fue derribado por el toro. A Iván Fandiño, el torero vizcaíno de Orduña, lo mató un toro hace un par de semanas, en un quite al que le correspondía a un compañero de cartel.

No hace mucho he tenido ocasión de conocer y de cruzar unas palabras con Esther Hernanz, la madre de Víctor Barrio, una mujer que no pasaría desapercibida en ninguna parte. Guapa y elegante, distinguida, notable en sus gestos, en sus palabras y en su entereza. Ante ella, cualquiera que conociera ese detalle de su vida, se sentiría sobrecogido. Pero más que eso, al verla de cerca y escucharla, ese sobrecogimiento espontáneo, se vuelve admiración. Me decía, nos decía, que su hijo alguna vez se refirió al momento crítico que vive la Fiesta, aludiendo a que seguramente tenía que ver en ello el hecho de que hiciera tiempo que un torero no moría en la plaza.

Anteayer se cumplían cien años del nacimiento en Córdoba de Manolete y en poco más de un mes y medio, el día 29 de agosto, siete décadas de su muerte en Linares. A pesar de como bulle el personal, ese centenario será señalado por todos los medios del orbe taurino y por los que circulan allá donde llega el eco de la Fiesta. Como Joselito y otros pocos, Manolete se hizo inmortal cuando aquel toro lo corneó en la plaza. Es esa fiesta que llena la historia y las tradiciones de una amplia geografía de este castigado mundo que habitamos. Que se hace arte a instantes, mientras transcurre. A la que acude la poesía y toda la literatura. En la que late el más rico anecdotario que ha salido de la verdad y de la imaginación del alma humana.

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