Ante hechos así una no sabe qué decir. Afiladas y frías agujas pespuntean las cicatrices del denostado imaginario femenino. Macabros pensamientos directos a la cabeza, desbordadas emociones directas al corazón y un desgarrado asco directo a la vagina.

¿Cuándo dejaremos de padecer por las hijas de otros que, bendito sea el cielo, esta vez no fueron nuestras hijas? ¿Por qué tenemos que sentirnos culpables al tener esa sensación de alivio mientras también nos ahoga la pena ajena? ¿Cuándo se nos va a acabar esta condena que cae sobre nosotras y de la que ninguna mujer se libra?

Hablando con mi hija, cuando aparece el cuerpo de Laura sin saber apenas nada todavía del horror que tuvo que vivir antes de estar muerta, ella puntualiza que eso también pasa a diario en otras partes del mundo y nadie dice nada. Y tiene razón. Y no solo en el mundo, es que en nuestro país acaba el año e indigna la cifra interminable de mujeres asesinadas dejando familias rotas. Y muchas como Laura, con esa agudizada intuición que nos caracteriza, sentían miedo. Ahora, de nuevo es tarde para preguntarse por qué nadie avisó a esa muchacha de que sus sospechas tenían un certero fundamento, que el miedo no era infundado ya que su verdugo vivía enfrente, ese que con su sucia mirada la intimidaba.

Solo cuando se aviva la candela con noticias nauseabundas como esta es cuando parece moverse algo el engranaje del sistema. Pero mientras tanto son otras pequeñas dentadas las que activan otra maquinaria hasta convertirla en un monstruo sin alma que cuando tiene hambre de carne femenina con todo arrasa. Demasiadas órdenes de alejamiento que se incumplen y las matan; demasiadas denuncias que se tramitan y no las salvan; demasiadas que quieren huir del infierno sin encontrar salida. Comentarios en las redes, en las calles, en plazas y bares que nos dejan a los pies de los caballos. Comportamientos consentidos por familiares, amigos y vecinos intolerables. Valores de igualdad que ni a ras de suelo ni en las altas esferas proliferan. Paridad forzada. Ideas primitivas y retrógradas en la más oscura caverna de las ideas masculinas que nos consideran sexo débil y que hoy en día todavía muchos conservan.

Laura era una joven muy bonita a merced de un reincidente sin escrúpulos. Ella no fue la que se colocó en la boca del lobo, fue el irreparable fallo del engranaje del sistema el que colocó al lobo en su puerta.

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