Si de alguna cosa podemos jactarnos los españoles es del gran número de expertos con que contamos fundamentalmente en dos cuestiones: el fútbol y la política. En ese sacrosanto foro que para los hispanos es la barra de un bar, acostumbramos a exponer con claridad meridiana las tácticas y estrategias que harían imbatible a nuestro equipo y que, incomprensiblemente, el entrenador no es capaz de plantear. La condición de avezado maestro en la ciencia futbolística del tertuliano de bar no es, sin embargo, incompatible (sino más bien sinérgica) con la de poseer también una profunda sabiduría en materia política (aunque, en este caso concreto y tras cuarenta años de progresivo deterioro, la sapiencia de los políticos de profesión no alcanza mucho más allá de la de unos cuantos contertulios cerveceros).

Lo que no sospechábamos es que nuestro país fuese también un extraordinario vivero de expertos en enfermedades infecciosas. A raíz de la epidemia causada por el coronavirus son muchos los que, combinando un poco de tele, algo de radio y bastante de redes sociales, se han convertido en unos pocos días en experimentados virólogos que -sin rubor alguno- pontifican sobre el diagnóstico, la prevención y el tratamiento de la novedosa enfermedad. Así cualquiera puede aconsejarnos que utilicemos la ingestión del (peligrosísimo) dióxido de cloro para impedir que el virus nos invada, otro nos dirá que bebamos agua cada 15 minutos (¿para ahogarlo?), que nos apliquemos aceite de sésamo, alcohol o cloro en todo el cuerpo, que comamos ajo, que nos lavemos la nariz con suero salino, que nos demos luz ultravioleta en las manos, que ni se nos ocurra tomarnos un ibuprofeno o que nos vacunemos de la neumonía para evitar el contagio del coronavirus. El conocido cantante Miguel Bosé ha debutado como "epidemiólogo" afirmando que la COVID-19 es una consecuencia de la implantación del 5G y que Bill Gates aprovechará la ocasión para colocarnos una vacuna con microchips para vigilarnos y sin duda, no faltará quien nos desaconseje el uso de la mascarilla, no porque no hubiera manera de conseguirlas como hicieron el inefable dúo Illa-Simón, sino porque su uso prolongado hará que nos intoxiquemos con nuestro propio dióxido de carbono. Apoyados en la osadía que acompaña a la ignorancia estos improvisados "expertos" lo mismo disertan sobre la separación más idónea para un adecuado distanciamiento social que sobre el pico de la curva y su evolución o sobre el test más adecuado para evaluar la situación sin que para ello sea óbice no saber la diferencia entre el test serológico de anticuerpos, la prueba molecular con material genético del virus (PCR) y el test de antígenos. Me pregunto cuántos de ellos sabrían decir lo básico sobre un virus: agente infeccioso microscópico acelular que solo puede reproducirse dentro de las células de otros organismos.

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