Evocación de Almanzor

Almanzor, de ancestros yemeníes, era un muchacho inquieto nacido en un castillo o torre a orillas del Guadiaro

Las guerras sobre todo, pero también otros muchos sucesos históricos, no podrían ni siquiera entenderse sin violencia y sin muertes. Los magnicidios lo son según a quien concierna; como las gestas heroicas y las conquistas. La fuerza legitima al poder desde que el mundo es mundo. Ahora ya, el paradigma utópico de la democracia sustituye a los viejos pareceres y desde que lo hace, pero no antes, la soberanía reside en el pueblo, que es más que otra cosa, una forma de hablar. La democracia no es un invento reciente y admite calificativos al gusto, pero para como la entendieron los liberales (progresistas) de las Cortes de Cádiz, apenas si pinta canas. Y no conviene acudir al término como si tal cosa: los comunistas se dicen demócratas, y no hay mayor dislate que entenderlo de tal guisa.

Almanzor, de ancestros yemeníes, era un muchacho inquieto nacido en el seno de una familia noble, en un castillo o torre a orillas del Guadiaro, que recibió como premio al valor, su antepasado directo Abd al-Malik, uno de los pocos árabes-nos cuenta el arabista Darío Cabanelas (Orense, 1916-1992)- que entró en España a las órdenes de Tariq ibn Ziyad, conquistador de Al Andalus en 711. Éste de tal popularidad, que los yanitos llegaron a ilustrar con su figura una edición del billete de cinco libras. Según el célebre arabista holandés -seguido con pasión por Blas Infante- Reinhart Dozy (Leiden, 1820-Alejandría, 1883), nuestro paisano guadareño se educó en la floreciente Córdoba con los mejores maestros: "Estaba dotado de gran talento, fecundo en recursos, firme y audaz, prudente y poco escrupuloso de los medios para conseguir un fin brillante (Histoire des Mussulmans d'Espagne, 711-1110, Leiden, 1861).

Estratega y político, de los más brillantes en toda la historia de Al Andalus, merecería, creo yo, consideración por parte de nuestras autoridades. Bien es verdad, que quemó unos millares de libros, pero ¿quién de la política no lo ha hecho alguna vez, siquiera simbólicamente? No más que a un cine se le ha dado su nombre en Algeciras, y se lo llevó la picota. El ayuntamiento presidido por el andalucista Antonio Patricio González, le erigió una gran estatua, a espaldas de Alfonso onceno y junto a las ruinas meriníes, pero los "populares" la quitaron de en medio en cuanto pudieron. Los hijos de la memoria y de la progresía de clase media, tendrían hoy, tal vez, una buena diana para sus palabras, sus botes de pintura y sus dardos.

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