Europa en bolas

Europa ha sido arrebatada muchas veces, pero hoy es la primera vez, acaso, en la que se pretende destruirla

La imagen es suficientemente expresiva: una señorita con el torso desnudo, aupada sobre una mesa electoral, intenta impedir que el señor Berlusconi ejerza su derecho al voto. Dados la belleza crispada de la muchacha y el extraño amojamamiento de don Silvio, con el pelo virado al sepia, la estampa podría titularse Susana y el viejo, en honor a ese lugar común de la pintura barroca (quizá la versión más hermosa de esta escena bíblica, la de la casta Susana espiada por dos ancianos, sea el óleo del Guercino que alberga el Prado). Hemos preferido, sin embargo, titularlo como Europa en bolas, porque en dicho minué, en el minué que ambos escenificaron ante las cámaras, se encierra una imagen de Europa que resume bien la frenética desorientación, el estupor desnudo, en el que nos hallamos inmersos.

No se trata, pues, de recurrir al rapto de Europa pintado por Rembrandt, que luego Velázquez incluye en Las hilanderas. Europa ha sido arrebatada muchas veces, pero hoy es la primera vez, acaso, en la que se pretende, con mediano éxito, destruirla. Y no solo me refiero, como es lógico, a la aciaga deriva de Hungría y Polonia; ni a la suicida obstinación con que los nacionalismos patrios, catalanes y vascos, ignoran cuanto Europa significa. Me refiero a eso que recoge la imagen y que aún no alcanzamos a ver en su completa arboladura: si el señor Berlusconi representa a un populismo auñón, siniestro, plutocrático, lindero con el delito, la señorita del torso al aire es la hermosa vanguardia de un autoritarismo nu, que no promete nada salvo la ira y el estrépito. Vale decir, no hay nada en esa estampa, entre cómica y sombría, que nos autorice a ser optimistas. Si algo nos salvó en octubre de la tragedia, más que la determinación del Rey, fue la existencia misma de Europa. Pero ese equilibrio, esa Europa democrática, antinacionalista, que podríamos resumir en Manuel Valls, puede ser devorada por sus hijos más provincianos -por ese temor centrípeto del que se alimentan-, en un plazo no demasiado largo. Eso es lo que sugieren los resultados electorales de Italia. Pero eso es lo que evidencia, con claridad cegadora, la resistencia del catalanismo, y su tibio eco vascongado, al orden europeo.

Repito que en esa imagen del candidato y la activista se ha prescindido ya de cierta idea de la democracia, que implica una normalidad tediosa y previsible. Il Cavaliere sonreía con astucias de sátiro. En frente, sin embargo, no había ninguna ninfa. Acaso una amazona extraviada.

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