A mi padre siempre le doblaban el turno cuando llegaba la Operación Paso del Estrecho porque Algeciras quedaba totalmente colapsada los meses de junio y julio con furgonetas y Peugeots cargados provenientes de Europa que inundaban el Paseo Marítimo.

Mi padre fue policía local de Algeciras durante más de cuarenta años y la llegada en tránsito de miles y miles de coches hasta la bocana del Estrecho, hasta el puerto algecireño, petaba la N-340 por San Roque y por Tarifa.

Lo veíamos poco esos días por la casa y llegaba reventado contando mil historias sobre criaturas que dormían en las aceras y esperaban días enteros para embarcar.

Eran los tiempos de las agencias de viajes de la Acera de la Marina, de los ganchos puestos en plena carretera para llevar a los viajeros a sus oficinas y anticipar la venta de los billetes a precio de oro.

Tiempos de cambiar los francos, las liras y los marcos al precio que les daba la gana, cobrando comisiones leoninas y haciendo el agosto a costa de la necesidad del embarque.

Muchos se hicieron ricos con los cambios de divisas, otros fueron más transgresores y vendieron una y otra vez pastas de billetes que nunca fueron emitidos y que recibieron la connivencia de controladores de las navieras para hacer cajas que todavía hoy darían miedo.

Aquellas operaciones de Paso del Estrecho eran como esos reportajes de National Geographic en los que los grandes rebaños de cebras atravesaban el río en masa mientras los cocodrilos aguardaban afilando colmillos.

Aquella era una Algeciras ocupada todos los veranos, con kioscos y pequeñas tiendas que cobraban a doscientas pesetas, de las de entonces, por una botella de agua.

Niños, mujeres con hiyab, los hombres con sus alfombras en el suelo a la hora de rezar, sin parques, sin sombras, sin más orden que el que da la pillería y la estafa.

Aquella era una Algeciras rancia, de satélites portuarios y de navieras que traían al Estrecho los barcos más asquerosos de sus flotas internacionales.

Mi padre, el más grande, siempre nos contó mil aventuras sobre la llegada en tromba de esas familias que regresaban buscando el reencuentro con sus familias. Y todavía, casi medio siglo después, siguen los retornos de segundas y terceras generaciones de aquellos norteafricanos, pero con algunas comodidades más y con una tremenda discreción para la ciudad de Algeciras que todos agradecemos.

La duplicación de la vía desde Málaga hasta Algeciras, la construcción del Acceso Norte, las parcelaciones, el orden, el dispositivo de la OPE, la mejoría en la flota de los vehículos y la evolución de los viajeros han ayudado a convertir en algo modélico el paso de miles y miles de personas por el cuello de botella del Estrecho, por una Algeciras grande y cosmopolita.

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