Esperando el libro blanco

Puede que se esté cociendo en el silencioso reservado de un despacho. Pasa el tiempo, pues, y eso es mala señal

Hace meses, tras cesar a la directora del Centro de las Letras Andaluzas, el nuevo consejero de Turismo, Cultura y Deportes, quizás con intención de acallar el desconcierto creado por tal iniciativa, se vio obligado, finalmente, a realizar unas declaraciones. Situó este cese, como el primer paso de una serie de cambios en el sector de cultura de su Consejería. Aludió a ambiciosos planes, que iban a suponer un nuevo funcionamiento entre los distintos aspectos institucionales de la vida cultural andaluza. Pudo pensarse que se trataba de un gesto efectista para romper con la inicial mala imagen creada. Pero, dado que la cultura por estas tierras lleva, desde hace décadas, una vida tan mortecina como apagada -a pesar de los variaciones gubernamentales- su propuesta despertó algunas expectativas. Empeorar, empeorar, en sus manifestaciones institucionales, ya no era posible. Haciendo acopio de optimismo, se pensó que este consejero para enmendar su primer mal paso, se disponía a remover ese mundo funcionarial y político que parece existir solo para administrar las gestiones y el guion del día a día, con escasos presupuestos y aún menos ideas y ambiciones. Por otra parte, hubo en aquellas declaraciones, una propuesta muy llamativa. Algo que, desde estas mismas páginas, se había solicitado buen número de veces: un libro blanco, en el que se recogiesen, de manera coordinada y reflexiva, los problemas, carencias, vacíos, que se arrastran en cada una de las provincias y comarcas andaluzas y que ni siquiera se han recogido, una sola vez, en unos papeles para estudiarlos conjuntamente, formando parte de un territorio global, necesitado de equilibrios y compensaciones. Un libro blanco, por descontado, por sí mismo, no solventa nada, pero es indicio de un cierto voluntarismo, explícito, a la hora encarar los problemas pendientes. Datos, propuestas y deseos quedan cuando menos recogidos por escrito, aguardando respuesta. Pero, por desgracia, de ese supuesto libro blanco no se ha vuelto a saber nada. Puede que se esté cociendo en el silencioso reservado de un despacho. Pasa el tiempo, pues, y eso es mala señal. Porque la redacción de ese libro, debiera ser también la gran ocasión para acoger, organizar y articular las opiniones, dificultades e ilusiones de editores, libreros, escritores, músicos, pintores, gente de cine y teatro y tantos otros partícipes en esferas de nuestra cultura. Ya, por solo este posible efecto movilizador de ilusiones, realizar ese libro blanco sería un logro. A eso se comprometió, con su palabra, el consejero. Nos mantenemos, pues, a la espera.

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