España viva

El respeto, la tolerancia, no son esas palabras vacías que denuncian quienes echan más leña al fuego

El triste espectáculo del Congreso, donde es probable que todos los oradores -unos más que otros, desde luego- merezcan por distintas razones la reprobación de los adversarios, es, pese a todo, coherente con la atormentada historia de una nación que no logra dejar atrás sus viejos demonios. Parece indudable que la consabida inclinación al cainismo, que se creía superada tras la restauración de la democracia, ha regresado con una virulencia que no veíamos en el Parlamento desde los años de la Segunda República, con los resultados de todos conocidos. Con razón se oye hablar de una atmósfera de enfrentamiento prebélico en la que los debates se caracterizan por el uso de un léxico envenenado. Este renacimiento de la discordia, en el que está claro que ha desempeñado un papel fundamental la presión tóxica del soberanismo identitario, puede analizarse en clave fatalista, como si fuera un mal del que nunca lograremos desprendernos, pero también cabe abordarlo no apelando a los discursos más corrosivos e incendiarios de nuestros antepasados, sino buscando las muestras de una voluntad de entendimiento que superó barreras aparentemente insuperables. Si se trata de Galdós, por ejemplo, a quien se mencionó en el año de su bicentenario, merece la pena recordar cómo don Benito, hombre de convicciones republicanas e inequívocamente progresistas, mantuvo relaciones muy cordiales con dos escritores que se situaban en sus antípodas ideológicas: José María de Pereda y su admirador y paisano Marcelino Menéndez Pelayo. Ambos compartían la fe católica militante, afecto el primero al tradicionalismo ultramontano que el segundo, igualmente conservador, no veía con buenos ojos. Ambos disintieron de Galdós en tertulias, cartas privadas y escritos públicos, pero nunca dejaron de apreciarse ni de cultivar una amistad que apenas se vio empañada por la discrepancia. Nada lo ilustra mejor que el hecho de que fuera el feroz martillo de herejes, que lo había fustigado en su formidable Historia de los heterodoxos, quien respondiera el discurso de ingreso del canario en la Real Academia, justo en vísperas del Desastre. El respeto, la tolerancia, no son esas palabras vacías que denuncian quienes parecen empeñados en echar más leña al fuego. El ejemplo que ofrecen los citados y otros grandes españoles, fieles a sus creencias pero capaces de reconocer e incluso de admirar a personas de muy otras lealtades, es el que debemos tener presente si no deseamos volver a las andadas. La "España viva y siempre noble" de Galdós, en las famosas palabras de Cernuda, es también la que permite abrazar las ideas sin dejar de abrazar a quienes no las comparten.

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