Cambio de sentido

La España de los balcones

Vecinas en las barandas, toldos, ropa tendida, tiesto y charla al fresco. Esta es mi España de los balcones

Si usted es jartible del carnaval, sin duda recordará a Los balconetti, la genial chirigota callejera en la que El Chapa y los suyos se metían en el tipo -en el arquetipo, mejor dicho- del vecino cascarrabias y hartocioso que, sin apearse del balcón ni del pijama, escruta la calle e increpa a todo lo que abajo se menea. Todo un clásico. Cuando escuché a Pablo Casado decir que aspiraba a liderar "la España de los balcones", yo ya había echado al olvido aquello de las banderas rojigualdas tupiendo los miradores, allá cuando el 1-O. De súbito, pensé que lo que Casado pretendía era ponerse al frente del movimiento balconetti. Sinceramente, no lo vi para el cargo. El ñeñeñé aún no le sale con suficiente malaje. Ni Casado ni Rivera tienen edad para capitanear a los balconettis de este país, ni voz templada en aguardiente, ni potencia de gargajo, ni graduación del ojo de patio, ni piel curtida bajo el duro sol del alféizar. Son jóvenes y están llenos de vida. Tienen toda la derecha por delante. Y también una poquita por detrás.

Por suerte, en los balcones de España aún asoman más gentes que banderas -que también haylas: rojigualdas, blanquiverdes, piratas, arcoíris, de la Virgen del barrio; también (mientras nos las prohíben, hay quien dice que dan mala imagen) las banderas de nadie: la ropita tendida-. Los balcones son la calle en la casa, la casa en la calle, una fracción liminar y en lo alto. Por los balcones presta su sal la vecina, echo las llaves a quien sube a verme, izo los toldos silbandillo, ríen las chavalas de enfrente, da la lata el niño del tambor, ladra un chucho insufrible, comparten pitillo y confidencia los hermanos, lee y cose el del tercero, saca la silla la abuela. Con la sombra en la cintura, ella sueña en su baranda. Me declaro militante de esta España de balcones. Más que afanes pintorescos, me sacan al balcón las ganas de seguir formando parte de un modelo de convivencia.

La arquitectura no sólo construye edificios, también construye o derriba relaciones humanas. En Andalucía, arquitecturas para la buena vecindad (nunca exenta de conflictos, pero vecindad al cabo), conviven con edificios con vistas a una pantalla, hechos para dar la espalda al mundo. Los balcones de estos últimos -de tenerlos- están desprovistos de su fresca función de casapuerta, de vida en el umbral. Animamos a los políticos todos a que fomenten la España de los balcones, patios, jardines y azoteas. Y que no les tape demasiado la vista ninguna bandera.

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