Al sur del sur

Javier Chaparro

jchaparro@grupojoly.com

La Escalinata

"El Escalinata fue un ejemplo de arbitrariedad en la gestión pública que figura en el debe de unos y otros"

Sobre el papel iba a ser un aparcamiento subterráneo, no en altura, y con una volumetría un 60% inferior a la que presenta hoy en día. Sin embargo, catorce años después representa, como poco, un desaguisado administrativo de dimensiones difícilmente repetibles y una enorme roncha para la economía municipal algecireña por un triple motivo: el Ayuntamiento no solo debe completar aún las indemnizaciones a los vecinos del edificio adyacente declarado en ruinas, sino que deberá derribarlo junto al parking y compensar también a la empresa adjudicataria de la construcción y explotación de este último.

La construcción del parking Escalinata fue una chapuza desde el momento en que los responsables municipales, allá por el año 2000, decidieron demoler la Escalinata -o la Escalerilla, como la llamaban lo más viejos del lugar- que comunicaba la zona alta de la ciudad con su paseo marítimo. El aparcamiento que la sustituyó es una horrible mole de hormigón apenas disimulada por plantas colgantes que nada aporta a la ciudad desde un punto de vista urbanístico o estético, más bien al contrario. Como este periódico ha denunciado a lo largo de los años, las obras se iniciaron no solo sin licencia, sino sin haberse siquiera solicitado por el promotor y carentes de informes que garantizasen que los inmuebles de su alrededor no se verían afectados. Luego vino el desalojo del edificio -podemos imaginar el drama que debió suponer para los vecinos verse forzados a abandonar sus hogares- y una batalla legal en diversos frentes que aún se mantiene con un único condenado provisional, el ex alcalde Juan Antonio Palacios, quien de todos los implicados fue seguramente quien menos pintaba en todo este dislate.

Echemos cuentas del coste que todo ello está teniendo para Algeciras, no solo desde una perspectiva crematística. La hipoteca del Escalinata cobrará forma antes o después con un aumento del endeudamiento municipal que impedirá afrontar proyectos de calado, necesarios para relanzar una ciudad que se mueve por la inercia que genera su puerto y las empresas vinculadas a este, aunque lo peor es el tiempo perdido, el trantrán, la conformidad, el embelesamiento, ese sans-souci a lo Federico el Grande, ese caminar pausado a ritmo de desfile procesional mientras el resto del mundo avanza.

El Escalinata fue un ejemplo de arbitrariedad en la gestión pública que figura en el debe de unos y otros. Toca arreglarlo, pero también ponerse a pensar desde ya en las alternativas para que ese espacio sea un nexo de unión entre la ciudad y su puerto, pensando más en los peatones que en los vehículos y tratanto de recuperar, por extensión, el Llano Amarillo como nuevo frente litoral. Los responsables de los programas electorales tienen tarea por delante.

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