Teniendo muy en cuenta que, como reza la primera frase de la Biblia, la Palabra fue el principio de todo, servidor siempre se ha confesado devoto de ella. Esa magia que nos permite hablar y escuchar nos diferencia del resto de animales y ha sido y es crucial en el desarrollo de la humanidad. Siempre he admirado a los grandes oradores, desde Demóstenes a Cicerón, así como a Pericles, Abraham Lincoln, Churchill o Gandhi que supieron mover a las multitudes, utilizando como arma su verbo encendido. Uno de mis preferidos es Cánovas del Castillo. Su discurso sobre la abolición de la esclavitud contiene en su interior todas las formas retóricas posibles, y es un verdadero manual para los que quieran iniciarse en el noble arte de la oratoria. Estos son los grandes, pero mi afición llega también a los chicos.

Una de las cosas que más me gustan en las ferias es disfrutar del trabajo de los charlatanes. Tomando como tribuna la parte de atrás de una furgoneta, y con la ayuda de un "secretario" que le alcanza las mercancías, el charlatán de feria despliega su retahíla como el pavo real abre sus plumas, embaucando a los paisanos a los que vende, a un precio caro, algo que normalmente nunca comprarían. En su mano aparecen estatuas de escayola indefinibles, jarrones chinos, tostadoras de pan o un tapiz moruno. Como en el teatro, la liturgia necesita, presentación nudo y desenlace. Lo primero es el elogio desmedido de lo maravilloso que es y las cualidades del objeto que se vende, luego se explica el milagro de que un objeto tan valioso pueda llegar a ofrecerse a un precio tan barato, una ganga vamos. Queda rematar la venta, que no es ni por 20, ni por 30, sino por 40. Si el paisano pica, bien. Se alaba su inteligencia y se coge la pasta. Si la venta se ve difícil, se hace un gesto de desprecio, se tira el objeto al interior de la furgoneta y el "secretario", saca otro distinto. Otra rama del charlatán es el animador de la tómbola, especialista en frases de doble sentido para animar a los pícaros compradores de numeritos. Con el tiempo, se han ido perdiendo los charlatanes y solo quedan algunos en televisión que por el poco tiempo de que disponen, tienen que canibalizar su discurso. Hay uno que vende sartenes de cobre, deslizando jugo de tomate sobre la superficie, para que veamos que nada se pega, que hace brotar mi nostalgia. En Orihuela se celebra el Concurso Nacional de Charlatanes, desde hace 35 años. Es el último reducto, de un noble oficio que se extingue. ¿Habrá algo más inocente que vender un crecepelos?

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