Para bien y para mal, es imposible comprender la historia contemporánea de España sin la Guardia Civil. Como la desamortización o el ferrocarril, el instituto armado fue una de las principales herramientas en el intento de transformar la vieja y decadente Monarquía hispánica en un estado liberal moderno, más o menos en consonancia con los de su entorno. Este proceso, como bien es conocido, no fue limpio y lineal, sino más bien una maraña llena de contradicciones y paradojas, avances y retrocesos, que, como no podía ser de otra manera, afectaron de lleno a la propia historia interna del cuerpo. Pero, más allá de las equivocaciones, la Guardia Civil siempre ha cumplido con la misión que desde los tiempos de Narváez le fue encomendada: extender el imperio de la ley hasta las más escondidas y remotas alquerías de la geografía nacional. Tan eficaz ha sido su labor que ninguno de los muchos regímenes que ha tenido España desde Isabel II la ha disuelto. Lo pensó Franco, disgustado por los muchos guardias que habían servido en el bando republicano, pero el gallego era demasiado pragmático para esa tontería. Con la llegada de la democracia también hubo voces que pidieron su disolución, más tras el 23-F, pero Felipe González comprendió pronto la utilidad de un cuerpo disciplinado y profesional, austero y con un sentido del honor demodé que le lleva al cumplimiento del deber más allá de lo razonable. Su tesón y sacrificio en la lucha contra ETA le demostraron al presidente sevillano que no se había equivocado. Equivocaciones, por supuesto, también hubo alguna por parte de miembros de este cuerpo caminero y adusto. Ahí están la excesiva cercanía a las oligarquías rurales en tiempos pretéritos, el GAL verde o la ya mencionada intentona ¿Pero qué institución histórica española, empezando por partidos de izquierda como el PSOE o el PCE, no tiene borrones?
Nada de lo dicho parece importarle a nuestro Gobierno, que no contento con encadenar errores en la lucha contra el coronavirus, ahora se ha empeñado en enfangar a la Guardia Civil con el consiguiente júbilo de sus socios parlamentarios de ERC y Bildu. Y lo hace tirando de fakes e intoxicaciones, mostrándose como el objetivo de una confabulación ultra de guardias y jueces, relato comprado con asombrosa ingenuidad (llamémoslo así) por sus antenas mediáticas. De lo único que es víctima este Gobierno de Progreso es de sus propias mentiras e ineficacia.
GRAN noticia: Bruselas va a echar una importante mano a España con la inyección de 140.000 millones de euros, los que nos han correspondido dentro del plan de reconstrucción que ha diseñado la presidenta de la Comisión. Sin embargo, no se pueden echar aun las campanas al vuelo por esa gran noticia para una España empobrecida, angustiada, por el golpe del coronavirus y por la pésima gestión del gobierno. No es oro todo lo que reluce: hay trastienda en esa noticia.
Lo primero a tener en cuenta es que se apruebe el plan de Van der Leyen. Tiene que darle el visto bueno el Consejo Europeo y debe ser por unanimidad, con el apoyo de los 27 jefes de gobierno de la UE. Los cuatro frugales -Países Bajos, Dinamarca, Suecia y Austria- no se han opuesto a la propuesta, pero quedan trámites importantes por salvar: que España cumpla los requisitos del Semestre Europeo, que obliga a superar los retos que se le han impuesto respecto a las cuentas, sobre todo la deuda y el déficit; que sea aprobado por el Parlamento Europeo y, a continuación, por todos y cada uno de los parlamentos de los países miembros de la UE.
El Gobierno español está vendiendo que llegarán 140.000 millones de euros prácticamente a fondo perdido. Ojalá, pero no es eso lo que nos espera. Una importante cantidad no hay que devolverla, pero sí demostrar que ese dinero llega a las partidas al que estaba destinado. Tocará entonces apretarse el cinturón hasta situaciones de hambre.
Voz Populi publica que Sánchez se plantea reducir el Gobierno para mostrar a Bruselas su disposición a controlar el gasto público. No es suficiente, y por mucha satisfacción que demuestren el presidente, habrá que ver primero si se aprueba el plan de reconstrucción de la UE y, segundo, quién pasará estrecheces para compensar el gasto a manos llenas. Gasto que evidentemente habrá que equilibrar con impuestos.
Iglesias ha declarado este jueves en la comisión de reconstrucción española que se incrementará la presión fiscal, y ha echado al PP la culpa de todo. Ha dicho incluso que las políticas que tomó Rajoy para superar la crisis del 2008 fueron un fracaso, sin ofrecer una cifra que avalara esta mentira. Rajoy cometió errores, pero su política económica no sólo nos salvó de un rescate que nos iba a crujir, sino que puso orden en las cuentas y produjo el milagro de ser España el país europeo con el mayor índice de creación de empleo.
Habrá que rezar para que el oro llegue de Bruselas, pero no será gratis et amore. Y con un control que impedirá al gobierno cumplir promesas que son incumplibles.
Comentar
0 Comentarios
Más comentarios