el mástil

MargaritaGarcía / Díaz / Malgara_gd@hotmail.com

Enemiga íntima

HOY quiero solidarizarme con un colectivo que sufre una situación de constantes vejaciones morales, aunque, a veces, ni ellos mismos sean conscientes de ese daño. Me refiero a los hombres vestidos con saña por sus esposas.

Pertenecientes a un grupo especialmente motivado por mostrar una apariencia extrema, alcanzan sus máximos exponentes en estos maridos ataviados con una rica escala de colores fuertes combinados con valentía, desmedidas incursiones de rayas y cuadros en camisas y polos y, en general, el despliegue de una gama de complementos que conforman un atuendo excesivo y un aspecto que supera a lo que hace años se llamó agropijo.

Lógicamente, la idea de que una cierta aversión esté en el origen de semejante atavío es algo que supongo, ya que sólo un sentimiento de inquina explicaría el hecho de exhibir a tu propio esposo de forma tan extravagante. Inquina, pero quizá también cansancio -por romper una lanza a favor de estas mujeres- porque, irremediablemente, el marido tiene que ser del prototipo comodón, de esos que, como odian probarse y comprar ropa, delegan en la compañera el abastecimiento de su fondo de armario.

Se podría pensar que el fachoso lo tiene merecido por flojo, pero no deja de ser inquietante que sea precisamente quien se acurruca contigo en el sofá y te echa la pierna por encima en la cama, quien tenga valor para cebarse de esa manera. La cuestión es que ahí van, visibles desde la lejanía, luciendo más que los semáforos, provocando giros de cabeza a su paso, estridentes, apretaos. Francamente, no hay derecho.

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