Doctorados y tramposos

La solera del Doctorado ha sido adquirida en la noche de los tiempos y supone un esfuerzo importante

Los efectos producidos en la imagen de la Universidad por la ligereza con la que unos cuantos se han servido de ella, no debieran de equivocar al personal. Un viejo refrán advierte de que "quien hizo la ley hizo la trampa". No hay estructura ni norma a salvo de tramposos. Me he referido, hace una semana, en este mismo recuadro, al deterioro de esa querida institución, la Universidad, a la que he dedicado toda mi vida y en la que me costaría identificar alguna tarea que no haya desempeñado. En muy poco espacio he escrito sobre algunas causas de ese deterioro; no son las únicas, pero tal vez las más importantes. Proliferación e improvisación de centros y titulaciones, politización y una reforma mal planteada y mal digerida por el sistema.

Como valor añadido está la idiosincrasia de los españoles; poco dados, como colectivo, a actuar con el debido rigor ante realizaciones que lo requieren sine qua non. Los másteres son un invento reciente, inspirado en sistemas educativos de otras latitudes y con otras tradiciones, que se han introducido en el español, precipitadamente y, lo que es peor, con frecuencia a la medida de intereses de camarillas. Sobre el papel y en algunos casos, se trata de diseños que responden a una demanda, bien del mundo laboral, bien de proyectos que apuntan hacia aspiraciones científicas de largo alcance. Son útiles que pueden rendir un buen servicio, cuando están motivados por una necesidad que trasciende a los antojos y gustos de una oligarquía.

El Doctorado es otra cosa. Su solera ha sido adquirida en la noche de los tiempos. Supone un esfuerzo importante y culmina con una tesis original apoyada en una investigación tutelada que debe asociarle capacidad creativa, ingenio y síntomas de poder llegar a ser un científico sénior. Normalmente se abordan estudios de doctorado cuando se pretende hacer carrera académica; el título de Doctor habilita para el empleo de Profesor de Universidad, en donde Catedrático es el nombre de la más alta cualificación. Ningún otro destino exige la titulación, ni suele ser considerada, ni especialmente valorada, en ningún otro ámbito de la sociedad. Por poner un ejemplo, mí doctorado (en Matemáticas) consumió un lustro de trabajo intenso, además de publicaciones relevantes y una estancia de cuatro años en universidades extranjeras.

Pero, ay amigos; los tramposos se visten de todas las hechuras y residen en todas las categorías.

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