El Doctor Fernández Espejo

Del esfuerzo y la inteligencia de esta gente maravillosa pende nuestro bienestar

Anteayer, destacando la noticia en portada, este periódico publicaba una crónica de Quino López sobre un importante acontecimiento: la concesión del premio Dr. Espina y Capó al equipo liderado por el Profesor Fernández Espejo. La Real Academia Nacional de Medicina es una institución de máxima fiabilidad y relevancia, donde no necesariamente están todos los que son, pero, con las debidas reservas que inspira el humano proceder, son todos los que están. Cada año concede nueve premios con el imposible, pero necesario propósito, de honrar in extenso a los investigadores en biomedicina. Uno de ellos, el Dr. Espina y Capó, está dedicado a las neurociencias. El Dr. Fernández es un algecireño nacido en San Roque, catedrático de Fisiología de la Universidad de Sevilla, con una trayectoria científica brillante, situado en la vanguardia de la investigación biomédica.

Si los medios difundieran estas noticias y, sobre todo, si nos permitieran acercarnos a personalidades como la de nuestro paisano, contribuirían a despertar inteligencias y a fortalecer voluntades dirigiéndolas al estudio y a la investigación científica. El equipo del Dr. Fernández ha hecho ya contribuciones muy valiosas al conocimiento biomédico y ésta, en particular, forma parte de un laborioso trabajo en torno a la enfermedad de parkinson. Las Neurociencias, o disciplinas dedicadas al estudio del sistema nervioso, son de una diversidad y especificidades extraordinarias, que requieren una formación abierta y una decidida actitud interdisciplinar. La (mal) llamada Inteligencia Artificial, pues si bien es artificial no tiene nada de inteligencia, se empeña en establecer una via paralela al funcionamiento del cerebro ignorando, en gran parte, su fisiología.

Debemos estar orgullosos de tener paisanos así. Es una pena que no lo adviertan nuestros próceres, tan dados al folclore y a la frivolidad. Muchos de nuestros jóvenes andan por esos mundos de las universidades, de los laboratorios y, en general, de las instituciones consagradas al conocimiento, poniendo su inteligencia y su esfuerzo al servicio de una vocación que repercutirá en el devenir de la vida, en su duración y, en lo que es más importante, su calidad. Tal vez a alguno de nuestros administradores públicos se le ocurra algún día arbitrar recursos para que los ciudadanos de a pie, sepan qué es lo que está haciendo esta gente maravillosa de la que pende nuestro bienestar y nuestra vida.

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