Disidencias

Hay en efecto otros mundos posibles y muchos de ellos son incomparablemente peores

De siempre hemos simpatizando con los disidentes de cualquier causa y aún hoy empleamos la palabra en un sentido casi por inercia positivo, para celebrar el valor de quienes desafían el orden instituido en razón de sus principios, arrostrando el precio de la exclusión o incluso la libertad o la misma vida. En los regímenes despóticos, en las sociedades sometidas a la férrea dominación de una casta, una religión o una ideología, en las organizaciones que obligan a sus miembros a la sumisión o el silencio, la defensa de la autonomía personal y el ejercicio del libre pensamiento conllevan altos costes y adquieren por ello una cualidad moral, pues los que se atreven a disentir se la juegan de verdad, por eso no suelen ser muchos y hablamos de ellos como verdaderos héroes o heroínas. De un tiempo a esta parte, sin embargo, observamos que se atribuyen esa prestigiosa condición personas que no sólo no se juegan nada, sino que han ganado notoriedad o hecho carrera a partir de reales o supuestas disidencias que -cuando lo son- tienen poco de admirables. En una democracia, por ejemplo, los nostálgicos de las dictaduras, incluida la del proletariado, podrían ser calificados de disidentes, pero es dudoso que puedan aspirar a dar ejemplo, pues ni corren en la práctica riesgo alguno -a no ser que infrinjan las leyes, como en cualquier estado de derecho- ni su lamentable militancia, por fortuna minoritaria, tiene mayor mérito que la de cualquiera. Como hay falsos exiliados, hay falsos contestatarios o falsos paladines de las libertades, que incluso desde las propias instituciones -o sea desde el poder- o desde las tribunas de medios muy difundidos se quejan por sistema de que los tienen amordazados, cuando lo cierto es que no dejan de transmitir sus ideas, consignas o denuestos infatigablemente. Ocurre igual con los llamados alternativos, una difusa denominación que a fuerza de ser repetida ya no significa nada, como demuestra el hecho de que sea utilizada en los dos extremos del arco. Ignoramos si existe algo parecido a un pensamiento dominante, denuncia en la que coinciden todos los que se sienten dominados, pero viendo los referentes aducidos por quienes aspiran a liberarnos asusta pensar en lo que ocurriría si cambiaran las tornas. No se sabe en fin qué es más cansino, si el bobo imperio de lo políticamente correcto o el impostado victimismo de quienes apelan a la incorrección como si sufrieran asedio. Leyendo a algunos de estos disidentes de postín, se diría que vivimos en la época más oscura de la Historia. Y no es así, claro, aunque podría llegar a serlo. Hay en efecto otros mundos posibles y muchos de ellos son incomparablemente peores.

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