Cambio de sentido

Desobediencia

Cuando los llamamientos a la rebeldía se hacen desde púlpitos, palacios o escaños, más vale desconfiar

En los pasados días, los informativos han abierto con dos noticias que hablaban de peculiares amagos de "desobediencia" o de incitación a la misma. La primera, la del prior empecinado del Valle de los Caídos que, más franquista que Franco, ha querido hacer -válgame José María Pemán- "de cada pecho un Alcázar de Toledo", y del Valle un templo al gran dictador. A su entender, la iglesia no es el pueblo de Dios, sino los miles de españoles que quieren "que las cosas estén como quiso Franco". "¡Libertad de culto!", gritaban cuatro fachas a las puertas en toda la cara de la Guardia Civil, como si acaso se fuera a sacar de allí a Dios en vez de a aquel mortal endiosado que iba bajo palio. La segunda noticia, que salía a continuación de la primera, era la del president de la Generalitat respaldando la desobediencia civil como reacción ante la sentencia del procés (que, a todo esto, se filtró; las filtraciones de sentencias también tienen algo de desacato a los cauces establecidos por la ley). A lo que voy: si los llamamientos a la rebeldía se hacen desde púlpitos, palacios y escaños, más vale desconfiar radicalmente.

Que la sublevación le pirra a los franquistas es algo que está claro, no en vano adoran al jefe del "bando rebelde" y del alzamiento. El reaccionario, es decir, aquel que ante una situación no sabe responder sino reaccionar, es como la leche hervida, que si no se apaga a tiempo se sube, se derrama locamente y se hace costra. Cualquier enfrentamiento al poder y a la ley que sirva para imponer el poder y la ley propias requiere un profundo análisis acerca de conceptos como legitimidad, pertinencia, modelo político, sometimiento, estado de derecho o tiranía. La lucha por el poder jamás será la misma que la que se hace contra el poder. Es en este último caso donde cabe hablar con anchura de desobedecer o (más interesante aún en algunos casos) de no obedecer. La desobediencia civil, la protesta, la resistencia pacífica, la insumisión, la deserción; o la huelga y la objeción de conciencia, sean formas de disidencia ante todo de quienes no tienen el poder ni lo pretenden. Valga un ejemplo: el 7 de octubre la policía detuvo a Jorge Riechmann, profesor de filosofía moral en la Universidad Autónoma de Madrid, a cuyos libros debo mucho. El motivo, participar en una protesta no violenta contra la inacción climática de los gobiernos. Bendita sea la desobediencia que agita la conciencia en vez de dormirla, que interpela al poder y no lo ambiciona.

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