Campo de Gibraltar

Rafael Fenoy Rico

Desastrosa gestión playera del Covid-19

Un Policía local habla con un bañista este domingo en Getares.

Un Policía local habla con un bañista este domingo en Getares. / Erasmo Fenoy

Que hace calor. Que hace mucho calor. ¡Pero mucho! ¿Quién puede dudarlo? Y en los lugares donde es posible bañarse el remedio para soportarlo es evidente. El calor empuja a las gentes al baño y la ola de calor está alcanzando en muchos lugares temperaturas record, nunca antes conocidas. Superar los 40 grados en zonas costeras, donde la masa de mar cercano a tierra frena la subida del mercurio, es novedad.

Y es precisamente en la frontera entre el mar y la tierra donde las playas representan una opción para defenderse de este enorme calor. Sin embargo la masiva afluencia de bañistas a las playas casa mal con la prevención de los dichosos contagios del más bichoso virus Covid-19.

Basta acercarse a alguna de las populares playas para identificar un conjunto de señales que advierten, a quienes las visitan, de las normas que deben seguirse. Todo ello, según se dice, para prevenir la difusión del mencionado coronavirus.

Una simple ojeada a la playa permite percatarse de que las distancias recomendadas no se guardan, de que hay zonas de la playa infestadas de personas, donde el aforo hace tiempo que hizo mutis, de que los espacios de tránsito de bañistas o de salida de embarcaciones, se obstaculizan con sombrillas y que bastantes de ellas si pudieran se plantarían en el mismísimo agua, que quienes deambulan por las orillas no siempre llevan las mascarillas, que hay quien juega con las pelotas, con las paletas,… de las basuras para qué decir, en definitiva un conjunto de incumplimientos de las normas, bien escritas, visualmente bien puestas y además de forma redundante. Más aún cuando estas no son meras recomendaciones, sino que son prescriptivas, de obligada observancia.

Personal de vigilancia también hay y parece que su número no es pequeño, ya que a las tradicionales vigilancias salvavidas y la policía local, se la ha unido este verano un cuerpo de vigilantes del Covid-19, contratados por la Junta de Andalucía. Incluso se han gastado un dinero en montar unas torres de madera, a modo de puestos de observación donde al parecer nunca sube nadie a observar que las normas se cumplan.

Pero miren Vds. De qué sirve tanto aviso, incluso acústico por megafonías, tanta cartelería tan bien puesta, tanta señalización de "por aquí se entra" o "por aquí se sale". De qué sirve tanta gente vigilando, tantos responsables de darse cuenta de que no se cumple tanta indicación, si no hay un solo ratón que le ponga el cascabel al gato.

Pasan vigilantes, se producen las infracciones bajo las sillas altas de los salvavidas, se cruza la policía local o los del 112 de la Junta con personas paseando sin mascarillas, se mueven entre las arremolinadas sobrillas, juntas no, solapadas unas a otras y nadie dice ni MU.

La verdad es que quienes firman las normas, políticos ellas y ellos, piensan con esa bondad propia de la indolencia, que con estampar su firma ya se ha terminado el trabajo que le ha encomendado la ciudadanía. Y es ahí donde se equivocan, en esto y en muchos más aspectos de la gestión del común, por ejemplo la apropiación privada de espacios públicos. Porque toda norma que prescribe conductas debe estar sujeta al control para asegurar que esas conductas se produzcan. Visto lo visto, podrían hacer tareas de policía para verificar in situ que con aquello que firman, más de una persona se limpia… Y este control directo no sólo sería por pundonor sino porque estas normas pretenden promover una mejor convivencia entre la ciudadanía. ¿Quién multa a quien no vigila y no disciplina? ¿Quién multa al político que firma normas y las deja en el mayor de los desamparos?

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