Diversos informes de instituciones solventes vienen advirtiendo últimamente del profundo proceso de deterioro de los sistemas democráticos en el mundo. El estudio de la Universidad de Gotemburgo titulado Desafío frente a la autocratización, asegura que el 72% de la población mundial vive en la actualidad en autocracias, frente al 46% de 2012, y que, por primera vez en dos décadas, hay más autocracias cerradas que democracias liberales.

Adicionalmente según otro informe del Instituto Internacional para la Democracia y la Asistencia Electoral de Estocolmo (IDEA Internacional) la mitad de los gobiernos democráticos del mundo están en declive, socavados por problemas que van desde las restricciones a la libertad de expresión hasta la desconfianza en la legitimidad de las elecciones. Parece evidente que la secuencia de crisis que casi ininterrumpidamente van sucediéndose desde la Gran Recesión de 2008, pandemia, guerra de Ucrania, inflación, catástrofes climáticas, etc. son factores claves y determinantes para entender esta erosión de los valores y principios democráticos en el mundo. Pero lo cierto es que además de los factores externos hay profundos movimientos internos que aceleran la degradación de los sistemas democráticos propiciando su descenso hacia regímenes iliberales o directamente autocráticos.

Si la degradación democrática es un asunto global, desde mi punto de vista en la actualidad hay tres situaciones especialmente preocupantes en relación con el deterioro de los regímenes democráticos en el planeta por su especial trascendencia: Israel, Estados Unidos y la UE. Desde la victoria electoral en Israel del primer ministro Netanyahu imputado en diversos cargos de corrupción, éste está conduciendo al país a un desmantelamiento de las estructuras del Estado de derecho a través del control del poder judicial por el Gobierno. Parece evidente que con todos los serios problemas de Oriente Medio la desaparición de credenciales democráticas en Israel es un asunto de transcendencia global. En relación con Estados Unidos, la extremada debilidad del funcionamiento democrático ha resistido con matices el asalto de Trump y sus fanáticos.

Lo que no estoy seguro es que pueda resistir una eventual victoria de Trump en 2024 y tal vez signifique el ocaso de varios siglos de democracia en el país que ha sido el baluarte de las libertades en mucho tiempo. Finalmente, la UE no está excluida de este proceso de degradación democracia con regímenes iliberales en el poder en Hungría y Polonia que nos muestra la vulnerabilidad de todos los regímenes y la dificultad de hacer frente a los nuevos nacionalismos populistas. El enemigo exterior de las democracias es muy fuerte, pero el interior crece cada día.

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