Debiéramos decir

Se emigra si se sale de un territorio en el que se está habitualmente para afincarse en otro

Se emigra si se sale de un territorio en el que se está habitualmente, para afincarse en otro, y se es inmigrante en algún lugar cuando se procede de otro y se tiene la intención de asentarse en él. La existencia del término inmigrante no induce al uso del verbo inmigrar; que suena bastante mal, por cierto. Puede haber migración, movimiento, desplazamiento de seres o entidades, de datos o enseres, pero ya están las palabras emigrante e inmigrante para referirse al que emigra. La palabra inglesa "migrant" y el tinte políticamente despectivo que la progresía entiende asociado a las palabras emigrante o inmigrante, están generalizando el uso de la palabra migrante para referirse a las personas que soportan algún proceso de expatriación. Es una lástima que se bastardee el lenguaje de este modo existiendo palabras, que siendo de mejor hechura, no conviene sean sustituidas o relegadas.

Ya pasó con el progresivo remplazo de considerar por contemplar, en contextos donde el empleo de este último término es inconveniente e incluso malsonante. A menudo, los medios acogen sin reparo giros, palabras y expresiones procedentes sobre todo de los foros políticos, que contribuyen al deterioro del lenguaje, a la incorporación de neologismos y a la sustitución de palabras ajustadas por la tradición y el tiempo, por otras de menor calado y alcance. Allá por los primeros años de la Transición, en la abundante terminología política apareció el término contemplar. Hasta entonces surgía en frases asociadas a la belleza, tales como "contemplé una puesta de sol maravillosa" o "contemplé extasiado las flores de aquel jardín". Un buen día empezaron a aparecer expresiones tales como "la ley no contempla esa posibilidad" o "el presidente del Gobierno no contempla convocar elecciones a corto plazo". Considera habría sido mucho mejor; pero, las lenguas, como es bien sabido, las crean y las construyen los hablantes.

Cuando me incorporé al profesorado de la Universidad Complutense, procedente de la de Alcalá, al empezar la década de los años ochenta, tuve el privilegio de hablar sobre estos inquietantes menesteres con el profesor Lázaro Carreter, que puso mucho de su sabiduría al servicio del buen uso de la lengua española. Ahora recurro a ilustres colegas, como Nicasio Salvador Miguel o Jesús Sánchez Lobato. Ellos me ayudan a decidir sobre las que son más intuiciones que seguridades en el buen empleo del lenguaje.

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