La esquina

José Aguilar

jaguilar@grupojoly.com

Deben hasta de callarse

De los trece ayuntamientos en riesgo de ser intervenidos, ocho son andaluces, y también lo está la Diputación de Cádiz

Otra vez Andalucía en cabeza, y otra vez para lo malo. Hay en España trece ayuntamientos y una diputación provincial en riesgo inminente de ser intervenidos por Hacienda por no cumplir, con reiteración, la obligación de pagar a sus proveedores en los plazos ordenados por las leyes de estabilidad y morosidad. Bueno, pues la Diputación implicada es la de Cádiz, y de los trece ayuntamientos concernidos ocho son andaluces.

Entre ellos el más importante es el de Jerez de la Frontera, todo un clásico del débito creciente (su deuda asciende a 636.000 euros), pero peor está el de Jaén, cuya deuda por vecino se acerca a los 3.800 euros y que paga a los 540 días de contraer su deuda (265 días el Consistorio jerezano). Los trece del ranking de morosos, más la Diputación gaditana, deben mucho y tardan mucho en pagar. Deben hasta de callarse.

¿Por qué? En general son pecados del pasado los que los tienen arruinados y sin capacidad de remontar la situación sin proceder a ajustes salvajes durante años. En los años de vacas gordas, y desde antes en algunos casos, se embarcaron en proyectos megalómanos, inflaron las plantillas y engordaron las empresas municipales, tanto en personal como en presupuestos y funciones. Siempre recuerdo un almuerzo a solas con el alcalde de Jerez, Pedro Pacheco -tan excesivamente condenado ahora, por cierto- y su diálogo con el obsequioso camarero:

-Don Pedro, ¡hay que ver lo bien que nos ha quedado el circuito!

-Bueno, pero ahora habrá que pagarlo

-¡Ya lo pagará alguien!

La gestión rumbosa de muchos alcaldes, que no se entiende sin atender a un contexto de euforia económica, boom inmobiliario y alegría financiera, obedecía a dos querencias incontenibles: multiplicar su popularidad para garantizarse las sucesivas reelecciones y crear una red clientelar de familiares, compañeros de partido y amigos siempre dispuesta a activarse cuando hiciera falta. También, cómo no, quisieron hacer cosas por sus ciudades y sus convecinos, pero sin medir el precio.

Se emborrachaban con cada obra inaugurada y cada elección ganada. Fueron irresponsables. Muchos años después siguen perjudicando a los proveedores de sus ayuntamientos, que no cobran o cobran tarde a sus propios sucesores, que tienen que ajustar los presupuestos más allá de lo soportable socialmente, y a los hijos de aquellos vecinos a los que no les dijeron que las deudas hay que pagarlas.

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