Darwin, razón y fe

La ciencia no puede explicarlo todo; siemprehay algo inaccesibleal conocimiento

El martes, anteayer, se cumplieron 140 años del fallecimiento de Charles Darwin (1809-1882), uno de los científicos más importantes e influyentes de todos los tiempos. Había nacido en Shreswsbury, una ciudad medieval del oeste de Inglaterra. Su teoría, elaborada tras muchos años de observación y estudio, es hoy universalmente admitida por la comunidad científica y supone poder explicar racionalmente la existencia de la especie humana como consecuencia de un proceso evolutivo. Un atrevimiento sin precedentes para la sociedad de su tiempo, que trasladaba lo inexplicable a la voluntad de Dios, a modo de reducto del ni sé ni contesto. Además, la teoría evolutiva se presta a ser interpretada como opuesta al creacionismo, que asigna a Dios la autoría directa de cada cosa, de cada ser.

Hay mucho de qué hablar en el debate ciencia-fe, o razón y fe, y son innumerables los foros de discusión sobre este fascinante binomio. No es posible ni será posible nunca demostrar ni la existencia ni la inexistencia de Dios, si bien la ciencia permite suponer que es casi imposible que no exista. Entre otras cosas, por la incapacidad del hombre para aclarar el misterio. La ciencia no puede explicarlo todo, ni la inteligencia comprenderlo todo; siempre hay algo inaccesible al conocimiento. El misterio se mantiene firme ante todo intento de desvelarlo. Y añade belleza a la búsqueda de la verdad, del final de la historia, del fondo de cualquiera que sea la cuestión planteada.

Me gusta contar y lo he hecho en numerosas ocasiones, de palabra y por escrito, de un modo u otro, la anécdota -parece que cierta- de la presentación al emperador Napoleón de la gran obra del matemático normando Pierre Simon de Laplace (1749-1827): Tratado de Mecánica Celeste. Comparable en su trascendencia a la del inglés Isaac Newton (1643-1727): Principios Matemáticos de la Filosofía Natural. El emperador le comentó a Laplace que le habían dicho que, al contrario de Newton, en ningún momento había citado a Dios. Muy en su papel, Laplace respondió que no había necesitado esa hipótesis. Posteriormente, Napoleón le contó a otro gran matemático, de origen italiano pero que pasa por ser francés, Joseph-Louis Lagrange (1736-1813), el encuentro con Laplace. "Habría sido una bella hipótesis", diría Lagrange. Así lo creo yo aunque, como después añadiría Laplace, siendo que esa hipótesis lo puede explicar todo, no permite predecir nada.

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