Con ocasión de las ultimas oposiciones a policía nacional se generó una fuerte polémica relacionada con el examen de ortografía que debían de superar los aspirantes al cuerpo. Se quejaban los opositores de la complejidad de una prueba en que se incluían americanismos (papichulo), tecnicismos (aporofobia), cultismos (apotegma) y palabras cuyo conocimiento parece más propio de lexicógrafos que de defensores del orden (acerbo, espurio, aborigen…). Una erudición que a estos futuros agentes y en orden al vocabulario si acaso les sería exigible en el conocimiento de las voces de germanía, la jerga de pícaros y maleantes que les serviría para distinguir sin dificultad a los personajes del lumpen: jaques, birlos, galloferos, coimas, zurrapas, carcaveras, putarazanas o hurgamanderas. De la misma forma, a quién aspire a ser barrendero o basurero también se les exigen conocimientos ( reciclado químico, análisis de residuos, incineración y lixiviados…) que a todas luces sobrepasan los menesteres a desempeñar en el oficio y quien oposite a un puesto de conserje debe asegurarse de: "tener buenas habilidades manuales", "actitud necesaria para solventar problemas", "capacidad de trabajar solo" y "habilidades comunicativas y sociales" (vamos, las virtudes ideales para ser un "jefe"). Esta clase de cualificación que podría entenderse como excesiva para ciertos puestos de trabajo contrasta con los requisitos exigidos para ser político: ¡ninguno! Podrá argüirse que los exámenes para ganar una plaza en la política profesional son las elecciones, pero tal argumento se desmorona en razón de que en listas cerradas no es el votante quien elige a su candidato, sino que recae en el partido la facultad de incluirlo (o no) en sus papeletas. Así los aspirantes a ejercer cargos públicos saben bien que se les medirá (y promocionará) antes por su facilidad para inclinar la cerviz y su predisposición a actuar como "la voz de su amo" que por su valía y capacidades. La sumisión prevalece sobre la cualificación y como resultado de esto la mayoría de personas que ocupan las instituciones difícilmente encontrarían trabajo por sí mismos en una empresa en que se primara el mérito. Esta teoría la corrobora a diario una de las máximas autoridades del país, la Vicepresidenta del Gobierno, capaz ella sola de rellenar un volumen entero de "La Antología del Disparate". Deseó que "la Unesco legislase para todos los planetas"; fue "cocinera antes que fraila"; cree que "el dinero público no es de nadie"; está convencida de que "el español está lleno de anglicanismos"; se declaró "tomista" porque le gusta "meter el dedo en la llaga" (confundiendo al Tomás apóstol y pescador de Galilea con Tomás de Aquino el filósofo escolástico); trastocó el "dixit" latino con el ratoncito "Dixie"(el gemelo de "Pixie") y hace poco ungió al Dr. Simón con la gracia de la "expertitud". Según parece -y para bochorno de la Universidad- esta Sra. es Dra. en Derecho Constitucional.

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