Antes de Darwin, la mayoría de científicos eran creacionistas, esto es, entendían la vida sobre la Tierra como determinada por la intervención divina. Sin embargo, una desagradable reflexión empañaba el idílico panorama dibujado por los naturalistas. Si Dios exhibe a través de la Creación su poder, sabiduría y bondad, entonces, ¿por qué la crueldad figura entre los atributos de algunas de sus creaciones? A duras penas los zoólogos resolvían el problema de las razas carnívoras argumentando que Dios había creado a los depredadores para mantener el equilibrio biológico, pero no podían entender sino como una infiltración de Satanás en la magna obra de la Creación la existencia de los icneumónidos, unos insectos en los que observaron un abyecto comportamiento muy similar al del monstruo de Alien. Estas diabólicas avispas viven su fase adulta en estado libre, pero durante su vida larvaria son parásitos que se alimentan del cuerpo de otros animales. Sus víctimas más comunes son pulgones, orugas o arañas. La avispa adulta inyecta en el abdomen del huésped los huevos de los que serán sus descendientes. Cuando estos eclosionan, las diminutas larvas comienzan una siniestra tarea de excavación en el organismo de su anfitrión al objeto de darse un macabro banquete a costa de sus entrañas. Como quiera que un espécimen muerto y en descomposición no serviría para proporcionarles alimento durante todo el período larvario, los parásitos son selectivos a la hora de devorar a sus presas. Empiezan por las partes grasas y los órganos digestivos, manteniéndolas vivas al respetar el corazón y el sistema nervioso central, de tal manera que aquellas son perfectamente conscientes del tormento al que las someten los usurpadores de sus cuerpos. Finalmente, la larva termina su trabajo emprendiendo su primer vuelo y dejando tras de sí, solo una cáscara vacía.
Salvando las distancias (entre la biología y la política) la Constitución española a pesar de sus buenos propósitos y fruto de un pecado de juventud, engendró 17 "monstruitos" llamados autonomías. De ellas, dos nacieron inequívocamente "hambrientas" y a unos cuantas más se les ha despertado el apetito a la vista del festín que se están dando sus aventajadas compañeras. El asunto consiste en ir destruyendo el Estado nacional dosificadamente, primero sus símbolos, después el idioma y por último sus instituciones con la única finalidad de mantener sus chanchullos y privilegios empleando como excusa la "defensa identitaria" de sus desnortados ciudadanos. Como las orugas, el país asiste impasible a su desmembramiento aunque, al contrario de las avispas, a los nacionalistas le faltan agallas para emprender el vuelo… Están sumamente a gusto entre los despojos de su agonizante anfitrión.
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