Correo del otro mundo

De entre las lenguas de España, quizá sea el gallego el que con mayor evidencia preserva un eco de los antiguos latines

El poeta Antonio Hernández, maestro y amigo, me hace llegar este correo del otro mundo, la obra última de Manuel Vilanova, quien quiso premiar mis devociones galaicas con sus 74 saudades para ascender a los cielos, y con quien compartí otra devoción, no menos galaica, como fueron las fantasías de Cunquerio y su profunda erudición festiva, espiritual, bruñida por una dulce melancolía que acaso le viniera, como al propio Vilanova, de esa enorme presencia secular, fluyente y oscura, a su modo promisoria, que es el Finisterre, la Fisterra, "la fin de mundo" medieval donde acababan las seguridades del hombre y daba comienzo el mito. Todo ello, por otra parte, escrito en el gallego limpio, musical, solemne, de quien se acerca a su hora postrer y quiere decirse en su totalidad, desde la mocedad primera al alto bordo de sus setenta y cinco años, como un digno hijo de Barbantes.

De entre las lenguas de España, quizá sea el gallego el que con mayor evidencia preserva un eco de los antiguos latines que aún nos conforman. Sea cierto esto o no, hay dos verdades obvias en la poesía de Vilanova que parecen pertenecer a su acervo galaico: una primera, ya dicha, es la intimidad del poeta con el mito, con esa concreción de la cultura y la vida en la efigie de un santo o de una ninfa. Otra, paralela a la anterior, es una honda carnalidad, que no desdice, sino que complementa, el sino espiritual con que se expresa, poéticamente, el mundo. Esto lo tenemos visto en muchos autores, galaicos o no, pero que en Vilanova, en Cunquerio, en Valle, en Rosalía, en Cela, en Pardo Bazán, en Torrente Ballester, en los libros de caballerías que compilaba Ramón María Terneiro, tienen una habitualidad mayor, acaso, que en otros lugares de nuestra geografía. El joven Valle cantaba "a rosa do milagro". Y es a esta corporeización de lo inefable, tan fácil en Vilanova, a lo que me refiero.

Trae aquí Vilanova el retrato de una reina misteriosa que nos servirá de ejemplo: no sabemos quién es, ni por qué marcha nocturna en una carroza tirada por bueyes. La reina -¿es Cibeles, es Démeter, es una joven reina celta?- "decorada va con ouro./ As cortinas son púrpura tristeza". Al paso de su comitiva, "Curvan o dorso da noite/ os fachos co seu lume sagrado./ Canto a ella, quen ousara/ esbozar o seu retrato". Es el dorso de la noche quien se comba por el fuego de las antorchas. Y no existen palabras que digan su hermosura. Ahora, que ese fuego sagrado alumbre, hospitalario y vivo, al poeta Manuel Vilanova.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios