Correal, de paso

Uno sospecha que Correal ve más y mejor que los demás, y que si no lo dice es por no entristecernos

Uno se alegra de que le den a Francisco Correal la medalla de oro de Sevilla, no por la crisis que ya se cierne sobre nosotros (supongo que el oro será razonablemente testimonial), sino porque con él se premia una forma particular de cronismo urbano, minucioso, cordial y ambulatorio. Siempre que veo a Francisco Correal, calle Feria arriba o abajo, o sentado en algún banco de la Plaza Nueva, o apostado en el interior del tranvía observando al paisanaje, me acuerdo de cómo definía Umbral a su maestro Gómez de la Serna, "el andarín de su órbita", tomando el título prestado de Juan Ramón Jiménez.

Este andar reposado, incesante, siempre a la espera de lo insólito, es el modo particularísimo con el que Correal ha querido ir contando el mundo, siendo así que su mundo no es un mundo cualquiera (y no lo digo porque sea el micromundo inagotable y mayúsculo de lo hispalense), sino porque la escritura de Correal viene asistida por secretos lazos, por una invisible urdimbre, sobre la que todo reposa con naturalidad, siempre, eso sí, que uno sea Francisco Correal y sepa "ver en lo que es", como decía el filósofo, y no atraviese el día ciego y ufano, como es costumbre entre nosotros. Los lectores de Correal sin duda saben de su predilección por el fútbol, y de la admirable soltura con que recuerda alineaciones de los tiempos de Pirri. Sin embargo, esta memoria no es solo un alarde que causa estupor entre quienes no disfrutamos de su retentiva; es también, y principalmente, el fabuloso sustento con el que Correal va anudando nombres y sucesos hasta concluir una imagen ignorada del mundo. Una imagen que no está, en absoluto, exenta de bondad, de una bondad profunda y volandera. Y de la que tampoco se halla ausente la magia.

En alguna ocasión, Correal y servidor de ustedes, gallegos vocacionales, nos hemos detenido a hablar del gran Álvaro Cunqueiro y del modo en que traía a sus artículos, con grave y melancólica alegría, la dorada hilatura de las cosas. Creo que Correal practica una hechicería pareja. Y no solo en el sentido de ir revelando los vínculos con que la vida esconde su secreto. En un sentido mayor y más profundo, la cualidad que prima en Correal es la pausada alegría, la sobrecogida inocencia con que lo observa todo. Uno sospecha que Correal ve más y mejor que los demás, y que si no lo dice es por no entristecernos. Ahora, con la medalla, quizá quiera confesárnoslo. O quizá no, y quede este misterio temblando sobre el aire.

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