Resulta curioso como palabras con un relativo poco uso, de repente y por su asociación con fenómenos de actualidad, abandonan su lugar en el vocabulario de eruditos o especialistas para entrar a formar parte -con la inestimable ayuda de los medios de comunicación- del repertorio léxico popular. Empoderar, desarrollo sostenible, gobernanza o puesta en valor son palabras y expresiones que hoy son tan corrientes como extrañas resultaban antes de que, fundamentalmente, políticos y comunicadores las pusieran de moda. La reciente irrupción en nuestras vidas del ya célebre virus asiático, ha propiciado que alcance el estrellato una palabra que, haciendo honor a su significado, permanecía arrumbada en las páginas del diccionario: "Confinamiento". Nuestros dirigentes la eligieron para denominar así la permanencia forzosa de todos los españoles en sus propios domicilios en un intento de frenar la expansión del contagioso virus. No eligieron "aislamiento" (quizá porque evoca incomunicación y soledad), ni "encierro" o "reclusión" (por su inevitable referencia carcelaria) y ni siquiera la semidesconocida "enclaustramiento" (en función de su connotación religiosa). Lo cierto es que tanto el sustantivo como el verbo (confinar) se emplean casi con la misma profusión que desde los balcones se canta el (antes entrañable y ahora repulsivo) "Resistiré" del Dúo Dinámico. Mientras que en otros países europeos se ha confiado en la gente y solo se ha recurrido a un prudente distanciamiento entre personas, a evitar desplazamientos innecesarios y a recomendar estrictas medidas higiénicas para limitar la propagación vírica, en España se ha optado por decretar un estado de alarma que supone, de facto, un arresto domiciliario colectivo. Se ve que las autoridades recelan del buen juicio de los españoles para mantener el necesario alejamiento social y han recurrido a medidas draconianas que si bien reducen la posibilidad de contagio también suponen un fuerte recorte ¿temporal? de las libertades individuales. Vivimos en una cárcel sin rejas y ni siquiera nos falta la diaria salida al patio de la prisión que con frecuencia vemos en las películas carcelarias. En nuestro caso es una salida al balcón a las ocho de la tarde donde, con el paso del tiempo, muchos de tan singulares reclusos vienen mostrando al público que los contemplan los estragos psicológicos y las distorsiones emocionales que les causa el prolongado confinamiento. Aceptamos sin el mínimo atisbo de crítica que nuestra -supuesta- protección contra la enfermedad se compre a cambio de la ruina económica y el aumento del desempleo. Aceptamos sin rechistar que el Estado nos recorte derechos y libertades e incluso aceptamos ir contra la esencia misma del ser humano al dejar que las personas que amamos mueran solas en residencias y hospitales. Como decía Antígona respecto a la prohibición de Creonte de dar sepultura a su hermano Polinices: "las leyes de los hombres no pueden estar por encima de las de los dioses".

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