Cambio de sentido

Conexión

Las nuevas tecnologías están trayendo menos derechos que deberes a los trabajadores

Cuando él, en plena discusión telefónica, equivocó mi nombre por el de su mujer, entendí que aquello se nos había ido de las manos: había llegado el momento de acabar con nuestra tormentosa relación laboral. Hacía tiempo que mi jefe se había saltado a piola mis derechos digitales. Todo empezó con una consulta, diminuta y furtiva, una tarde de domingo: "Échale un vistazo a lo que te mando, es urgente". Accedí. Quizá así conseguiría que me hiciera indefinida. Ésa fue mi perdición. Él acabó mandándome presupuestos a deshoras; yo, escribiéndole encendidas notas prensa en plenas vacaciones. Cada mañana, tras la alarma del móvil, sonaba un estrépito de avisos de correos y mensajes. Su voz, en audios de guasap, se duchaba conmigo. Un día decidí no responderle fuera del horario de trabajo. Ese fue el comienzo del final. Se nos rompió el telegram de tanto usarlo.

Valga esta pequeña fábula laboral para ilustrar el estado de conexión permanente en el que vivimos -y hasta hemos normalizado- millones de currantes en España y en el resto del mundo tecnodesarrollado. Podría ser de otro modo pero, en la práctica, las nuevas tecnologías y aplicaciones digitales están trayendo menos derechos que deberes a los trabajadores; la merma en sus derechos (tales como la intimidad, el respeto a la vida privada o a dar de mano y olvidarse hasta mañana de clientes, del baranda y del trepa de Fernández) es histórica. No sólo hablo de trabajos por cuenta ajena, también de autónomos, para quienes los clientes a menudo son sus jefes. La actual hiperconexión digital y los nuevos usos laborales derivados -que hemos abrazado en tiempo récord sin oponer resistencia- aportan inmediatez y movilidad, pero también nos desconcentran e invaden. Un ejemplo: desde que he comenzado a escribirles este artículo, han entrado en mi dispositivo 10 avisos de correo, cinco de messenger, dos llamadas. De guasaps, ni les cuento. Todo, por supuesto, muy urgente. Dudo que esto redunde en una mayor productividad. De lo que sí estoy segura es de que no hace bien ni a la cabeza ni al cuerpo.

España va a regular el derecho a la desconexión. Se garantizará la protección de la intimidad de los trabajadores y se reforzará la privacidad de los empleados ante sistemas audiovisuales o de geolocalización. Que la desconexión nos haga vivir más conectados: a lo real, a los demás, a una misma y a lo que se curra, habla, ama, come o compra. Y a lo que votaremos -o no- el 2 de diciembre. Nuestra dicha sea.

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