Gafas de cerca

Tacho Rufino

jirufino@grupojoly.com

Comprad, comprad, malditos

Puede que usted sea de una racionalidad indiscutible, casi inhumana, y cada euro que gasta responda a necesidades reales y nunca superfluas ni mucho menos compulsivas, pero nuestro consumo personal y familiar suele estar aliñado con dosis más o menos importantes de autoengaño o, dicho de otra manera, de compulsividad y cierta adicción al tarjetazo en TPV. El autoengaño suele a su vez estar aliñado con declaraciones tajantes sobre los porqués de las decisiones de gasto: recuerdo un estudio -todavía no eran los tiempos de la epidemia de estudios falsos en las redes sociales- que constataba que por más criterios racionales y más objetivas ponderaciones que declaremos manejar para comprar un coche, al final son pulsiones inconscientes, aspiraciones de poder o imagen personal, imitaciones pueriles e incluso traumas los que están detrás de la elección de un modelo u otro. El autoengaño es una coartada del consumismo.

Esta semana llega de nuevo una moda comercial importada de Estados Unidos, el Black Friday, que, aunque ha sido criticada por muchos defensores de la esencias culturales endógenas (y no poco indígenas), arrasa: el viernes que viene es el Black Friday, el día del año en que los españoles más compran, una media de más de 200 euros por persona, sobre todo en ropa y tecnología. Hablaré por mí, pero apostaría a que también sobre usted: si hay dos cosas de las que tiene de sobra y en las que ha comprado compulsivamente -aunque después vengamos con troleras justificaciones- es ropa y tecnologías. Cuántos portátiles y otros dispositivos se le han quedado obsoletos a usted y su familia sin sacarles un mínimo porcentaje de su rendimiento potencial, cuánto partido le saca usted a ese móvil de 800 euros, más allá de la satisfacción morbosa y posturera de poseerlo; cuántas veces se encuentra con un trapito que no recordaba haber comprado hace quizá más de un año, aunque lo adquirimos apasionadamente.

El viernes que viene nos pondrán chollos a nuestro alcance, con rebajas irrechazables, que quizá no lo son tanto porque previamente -¡ay, ladronzuelo!- los habían ido subiendo de precio cuando nadie iba a comprar, esperando al Black Friday. ¿Cómo podemos creer que de verdad vamos a conseguir un chollo de algo que se va a vender estupendamente en Navidad, que incluso llegará a agotarse? No seamos bobos: no hemos sido usted ni yo unos linces y los procrastinadores de la Visa ardiente sobre el gong unos pringaos, sólo nos engañamos; tampoco pasa nada grave, oiga. Se autoengaña uno otra vez más y aquí paz y después gloria.

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