No, no nos asustan ni sorprenden las comisiones. Sabemos que existen y nuestro flamante diccionario de la RAE las describe con claridad: "porcentaje que percibe un agente sobre el producto de una venta o negocio". Pero, como en la definición nada se dice de que tengan que ser excesivas u obtenerse en momentos críticos o con estrategias impresentables, la palabra "comisión" se nos revela inútil para explicar las cosas tremendas que ocurren a nuestro alrededor. ¿Y si probamos a inventarnos otra? Quizás podría valernos "comisionaza" o "supercomisión" o "archicomisión". ¿Y si probamos con una frase larga en la que quepan más verbos y adjetivos? Podemos decir que no nos indignan las comisiones, sino que unos tipos muy ricos quieran hacerse todavía más ricos obteniendo beneficios de cuantía abusiva y sangrando a administraciones públicas en momentos socialmente muy dolorosos mediante el recurso a contactos e influencias de dudoso valor ético vinculados al nepotismo y al amiguismo que habitualmente lubrican la corrupción. Uf, ha sido largo, pero describir la realidad es siempre más fácil y didáctico que embotellarla.

En estos últimos episodios de comisiones y mascarillas (o partidos de fútbol en países totalitarios), dignos de la mejor picaresca de nuestro Siglo de Oro, entran en liza varias palabras y cuestiones sobre las que, lamentablemente, no se suele pensar mucho. Por ejemplo: lo legal no siempre es legítimo; lo legal no siempre es moral; lo legal no tiene necesariamente que ser justo; no todo lo que no es ilegal es legal; además de lo legal y lo ilegal, también existe lo alegal; es más, en lo alegal suelen incubarse la mayor parte de nuestros problemas. Sin estas simples reflexiones, entre otras, no se podría entender ni el pasado ni el presente de la humanidad. Legalidad, ilegalidad, alegalidad, legitimidad y moral son conceptos fluidos y cambiantes. Quizás por eso, para entender lo de las comisiones, hay que irse al terreno más trascendente y consistente de la "ética", que es la que nos habla del bien, de sus valores y de la ejemplaridad. Y, por favor, déjenla sola y no la unan a la "estética", porque, por más que las dos palabras rimen, no tienen nada que ver la incomodidad y la repulsión visual con las acciones que realmente socavan los cimientos de nuestra sociedad.

Una sociedad civilizada no puede construirse solo en torno a su marco jurídico, sino que debe articular su funcionamiento también en torno a valores éticos. Son estos los que faltan cuando se obtienen millones de euros en la oscuridad, mediante el contubernio, el abuso y el exceso. Solo espero que la justicia haga su trabajo: que embargue, sancione y penalice lo que corresponda. Pero no espero menos que, entre todos, también despreciemos socialmente a los que viven de esta forma, saqueando lo público y anteponiendo el valor del dinero a cualquier otro escrúpulo ético y moral.

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