Carmen, la maestra

Carmen afirma que los planes de estudios están pensados para que los jóvenes salgan medio analfabetos

Mi amiga Carmen es profesora. Imparte clases en un colegio de Primaria a niños de quinto y sexto, de entre diez y doce años. Desde hace algún tiempo, se está planteando adelantar su jubilación, que bien merece tras décadas de enseñanza. Divorciada, recuperada de una operación de corazón, se pasó a Primaria un poco cansada de lidiar con la gente de Secundaria. Ahora, al regresar a cursos anteriores, dice que comprende lo que se ve en los estudiantes de catorce, quince y dieciséis años. Ella sostiene que el nivel educativo padece un deterioro progresivo y acelerado, y directamente afirma que los planes de estudios están pensados para que los jóvenes salgan medio analfabetos. Que lo diga ella tiene mucha tela que cortar... La cuestión es que Carmen casi tenía decidido retirarse ya al finalizar este curso, y la puntilla se la dio un altercado que tuvo hace un mes, cuando un grupo de padres se quejó de sus procedimientos a la dirección del centro. En concreto, fueron unas cuantas madres, molestas por las tareas que Carmen manda a sus hijos. Me cuenta mi amiga que en plena marejada, con la directora del colegio capeando el temporal, se presentó en el colegio el padre de una de sus alumnas. Ese padre fue a quejarse también, pero del resto de padres. Exigió que su opinión pesase tanto como el de las madres airadas, y dijo que deseaba que Carmen siguiera ejerciendo con libertad, con sus maneras de buena profesora. "Lamentaría que las quejas de un grupo de indocumentados tuviese como consecuencia un empeoramiento en la educación recibida por mi hija", me dice que dijo. Además, el padre en cuestión habló con Carmen en privado y le pidió que en el segundo trimestre suspendiese a su hija alguna asignatura, que le parecía importante que su niña aprendiese a gestionar un suspenso. Carmen dice que nunca se había topado con algo así. La cosa es que el señor la convenció. La niña suspendió ciencias, cuando estaba para aprobar con cierta suficiencia. Desde entonces, mi amiga sigue mandando los deberes que cree oportuno, la alumna de la que hablo ha respondido al suspenso sacando dos sobresalientes y Carmen ha decidido aplazar un año su jubilación. Queda esperanza mientras existan profesores dispuestos a no dejar a sus alumnos a merced de los planes de estudio; mientras gente como Carmen atienda a tipos tan exigentes como ese padre; mientras esa alumna responda con tesón al revés de un suspenso. Porque quizá el que suspende es el sistema.

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