Carmen Laffón

Gracias a esa sabia mirada, supo captar cuál era su destino y lo ha llevado gratamente a término: Andalucía

En estos días se ha abierto una ventana por la que escapar, cuando menos unas horas, a la oscuridad cultural que empobrece la vida andaluza. En estos meses nuestras instituciones han recurrido poco al arte como forma de mitigar los males y desconciertos que acechan. No era tarea fácil, pero tampoco se ha visto ni voluntad ni imaginación. Quizás con más atrevimiento, se hubiera comprobado si una pintura o un dibujo tienen algún un efecto terapéutico en una sociedad apagada y desvalida. No se trata de creer que mirar un cuadro pueda curar, pero sí darle voz a unas obras artísticas que ayuden a sobrellevar esta situación. Tal vez algunas obras contengan cierta capacidad milagrosa de curación. Por eso, los incrédulos en las virtudes balsámicas del arte deberían visitar, este otoño, las salas dedicadas en Sevilla a exponer la obra de Carmen Laffón. Unas exposiciones que deberían luego circular por otras partes de Andalucía, como una muestra de la articulación cultural de sus territorios. El contenido y mérito de estas exposiciones ya han sido bien glosados en este mismo periódico en los últimos días, pero conviene insistir en que el recorrido por las obras expuestas -pintadas, dibujadas o esculpidas- va a constituir una oportunidad clave para admirar, comentar y reflexionar sobre una aventura artística conseguida tras una ambiciosa meditación sobre Andalucía. Puede parecer que Carmen Laffón se ha detenido solo en determinados paisajes, solo en unos trabajos y labores, pero gracias al potencial transformador de su mirada, esos mundos retratados, el coto de Doñana, la viña o la sal, se convierten en imágenes plenamente representativas de la totalidad de Andalucía. Son imágenes que han crecido en silencio, tras una elaboración morosa, en una intimidad discreta, pero que una vez que han cobrado cuerpo, como los grandes vinos del marco, se han desbordado. Es la consecuencia del poder de conmover que tiene la gran creación artística: parte de un acontecimiento menor para asumir un gran valor simbólico. Una modesta cesta de uva, patinada en un entorno de vendimia, o una salina solitaria y blanca, esconden tantos matices que el artista, que sabe recrearlos, consigue proyectar en ellos toda la historia de las tierras del sur. La visita a estas exposiciones también debe ser ocasión para rendir culto a una artista que ha vivido encerrada, ensimismada, pero solo en apariencia, porque en realidad ha estado atenta a todo, cultivando una rica sabiduría interior. Gracias a esa sabia mirada, supo captar cuál era su destino y lo ha llevado gratamente a término: creando e iluminando otra forma de pintar, ver, sentir y concebir Andalucía.

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