En estas semanas se han emprendido unas obras de lo más necesarias para la conservación de nuestro escaso patrimonio. El consistorio se ha hecho cargo de la restauración de la espadaña de la iglesia de san Antón, conocida por casi todos por la placa que siempre presidió su fachada. La caridad sobre la que se edificó a mediados del XVIII fue la que acabó nominando al templo y a todo un barrio del casco histórico. Los tres vanos de su campanario llevaban años mudos, sin bronces que avisaran de nada. La ruina de su estructura impedía el acceso a uno de los pocos edificios que se mantienen en pie de la ciudad ilustrada: germen del hospital civil, de centenarias devociones y cíclicos encuentros cada Miércoles Santo entre cirios color tiniebla, palios de cajón y rojas capas. La desidia amenazó su existencia hasta esta actuación, la cual devolverá el uso a un edificio que vio pasar frente a su puerta la vida de todo un pueblo entre arrinconados olores a merengue, anestesias, paradores y alpargatas de esparto.

Desde hace días, telescópicas grúas, ascendentes andamios y transparentes redes cubren el exterior del noble edificio. La piqueta no ha derribado esta vez históricas estructuras, sino que ha saneado la totalidad de su fachada y ha dejado al descubierto algo que desconocíamos. Tras la plana pared de argamasa blanca que simulaba rectangulares sillares ha salido a la luz un soberbio conjunto de bloques de piedra que conforman desde su construcción la portada principal del edificio. Una equilibrada sucesión de cuadrangulares prismas de arenisca local se ordena en perfectas hiladas desde las cotas más bajas hasta la base de la torre. Tras largo tiempo oculta, estas obras han permitido que contemplemos al fin la estructura original de un recio muro pétreo que revela una desconocida dignidad del centenario edificio. Debería considerarse la conservación de los paramentos recién desvelados. En el contexto del proceso restaurador, se puede optar por la pristinización de la totalidad de la fachada. Se han eliminado capas de cemento que simulaban lo que en verdad latía en sus entrañas. Estas tareas han rescatado nobles sillares de piedra muy escasos en la geografía urbana de una ciudad poco dada a preservar un pasado tantas veces caído en recurrentes olvidos. Su conservación y puesta en valor sería una buena forma de rendir testimonio a un ayer simbolizado en estos bloques que han permanecido ocultos bajo máscaras de cal. Junto a la fachada de piedra de la capilla de Europa, esta de san Antón sería otro venerable frontis pétreo rematado por una blanca espadaña abierta al viento y las campanas. La de la Caridad no solo puede recuperar su voz, sino un honorable soporte de centenarias piedras donde resaltarían coloridos retablos, sobrias portadas y ambulantes cirios color tiniebla que proyectarían su sombra cada Miércoles Santo entre palios de cajón y rojas capas.

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