La ciudad y los días

Carlos Colón

ccolon@grupojoly.com

Canta la pálida ceniza

Ojalá el casco histórico de Sevilla fuera Doñana y sus vecinos, linces. Mejor le iría. Mejor nos iría

La calle Federico Rubio, ayer domingo, a las nueve de la mañana, vista desde la barreduela de San Nicolás. He dejado atrás la hermosura de Santa María la Blanca, de San José, la calle en la que todos los días del año, menos uno, se siente nostalgia de valientes candelabros altos y de bordados en sedas de colores, y de la bella parroquia cuyo interior tiene un aire dorado y rosa, tan italiano, para honrar al santo patrón de Bari. A la derecha se abre la calle de los mármoles que recuerda donde estuvo el corazón de la ciudad romana, altura rodeada de las únicas, suaves, cuestas de Sevilla. Tras el apretado desfiladero de casas de Federico Rubio despunta la linterna y parte de la cúpula de la parroquia de Santa Cruz. Al fondo, justo donde la calle hace el quiebro que lleva a Fabiola, cuelgan geranios de unos balcones. Pasan en vuelo rasante los vencejos que a esta misma hora danzan en torno a la Inmaculada de la Plaza del Triunfo, toda vestida de sol, la más hermosa y franciscana danza de seises.

Aceras estrechas, a veces sólo un pespunte que da un bello relieve a las calles estrechas, y adoquines con volumen hermosean este hermoso parque natural de la memoria que la historia y la vida fueron dando a Sevilla. Hermoso laberinto de San José, Vírgenes, Federico Rubio, Fabiola, Madre de Dios, Mateos Gago, Guzmán el Bueno, Mármoles, Aire, Abades, Bamberg, San Isidoro… Parque natural, he dicho. No lo es. Si lo fuera no se haría lo que se ha hecho en él y no se planearía lo que se va a perpetrar. Ojalá el casco histórico de Sevilla fuera Doñana y sus vecinos fueran linces. Mejor le iría. Mejor nos iría. ¡Sería tan sencillo mantenerlo vivo, sin disecarlo ni pervertirlo!

Pesa el tiempo con levedad, sin restarles vida, sobre estas calles donde todas las Sevillas que han sido aún pueden verse y sentirse. Corazón y memoria nuestros, no solo de la ciudad como conjunto de cosas inanimadas. Es nuestro corazón el que late junto a los miles de corazones que han vivido aquí. Es nuestra memoria la que se funde con las de quienes no hemos conocido. Somos nosotros mismos como hemos sido, como perduramos en fotografías que ya amarillean. En esta mañana aún vacía y quieta de azules y vencejos oigo y siento la voz de Borges: "Torne a cantar la pálida ceniza… / Sé que una cosa no hay. Es el olvido; / sé que en la eternidad perdura y arde / lo mucho y lo precioso que he perdido".

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios