Gafas de cerca

Tacho Rufino

jirufino@grupojoly.com

Yo a Cambados, tú a Tarifa

El auge del turismo interior mueve al sueño de una noche de verano: españoles más unidos

Elespañol fue un turista tardío. La eclosión del viaje de ocio de las últimas décadas del XX se produjo por orden secuencial de nivel de vida: la clase media y los obreros estables europeos llegaban a países que creaban una incipiente oferta, fundamentalmente de sol y playa (paella, sangría, Veterano). La política turística liderada, en buena parte, por Fraga Iribarne convirtieron a España en un destino apetecible, y a la nueva industria en una fuente de divisas (se importa el cuerpo del turista, pero los ingresos que éste provoca son exportaciones). Venían a gozar nuestras glorias los centroeuropeos, escandinavos, británicos: biquinis, atuendos y música pop, Alfredo Landa por la orilla en Torremolinos. Con el notable crecimiento que fue a caballo entre las postrimerías de Franco y aquellos maravillosos años de adhesión a Europa y la OTAN -el paquete era completo: lentejas-, españoles de todas las edades pusimos las boinas en alcanfor y nos pertrechamos con bermudas, riñoneras, mochilas, guías. Programas combinados Praga-Budapest, norte de Italia, Venecia o Roma; Cancún y Punta Cana con pulsera mágica en ristre, grupos de fatigas bailando sevillanas en el zaguán de la Torre Eiffel.

No hay mal que por bien no venga. La pandemia y la reclusión con tintes de autarquía abatieron los ingresos exteriores, pero ese daño creó una corriente de consumo interno en el turismo. Es sabido: el turismo rural o cultural -dentro de la perimetración- creaban una demanda condicionada, que buscaba evasión y seguridad al alimón. Este verano extraño de la quinta ola del Covid ha obrado otro fenómeno agua que busca su salida: los españoles nos movemos por España, y todo lo más por Portugal. Irse a Sicilia o al Cabo Norte pueden convertir tus vacaciones en una pesadilla aeroportuaria, de cuarentenas costosas, de añoranza angustiada por volver a casa.

Los andaluces, por ejemplo, invaden -con cariño- Galicia, Asturias, La Rioja, la ruta castellana o leonesa del románico o el Xacobeo; Teruel existe de pronto. Los españoles de más al norte hacen lo propio en sentidos distintos. Como en aquella película (Tú a Londres y yo a California), practicamos el tú a Soria y yo a Fuengirola. Es un intercambio de repentino primer orden económico. Bendito sea para un sector con una magnífica capacidad instalada, pero de repente ociosa y con letales holguras. Desea uno que este intercambio provoque un mayor sentimiento de nación común; no sé si es demasiado desear. Buen camino, españoles. Disfrutemos de la casa de todos. Con prudencia (si no es esto también mucho pedir).

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