Sostenía Winston Churchill que: "La democracia es el peor sistema de gobierno diseñado por el hombre… con excepción de todos los demás" y reiteraba su escepticismo añadiendo que: "El mejor argumento en contra de la democracia es una conversación de cinco minutos con el votante medio". El tiempo ha demostrado la clarividencia del político británico ya que ambas afirmaciones son perfectamente objetivables. Cada vez con más frecuencia los gobiernos en apariencia democráticos se van asemejando a regímenes autocráticos al socavar la independencia judicial, restringir la libertad de prensa y repudiar cualquier tipo de oposición.

Según el "Democracy Index" 2020 publicado por el semanario The Economist, cada vez son menos los países que se acercan a lo que podría entenderse como una democracia ideal, esto es, un sistema político que defiende la soberanía del pueblo y el derecho de este a elegir y controlar a sus gobernantes. Son los países nórdicos los que encabezan esta "clasificación" sobre la calidad democrática y las denominan "democracias plenas". Sorprendentemente (y aunque según parece descendiendo seis puestos en la lista desde que gobiernan los social-comunistas) España es también una "democracia plena" por delante de Estados Unidos, Francia o Japón que obtienen la calificación de "democracias imperfectas". Con muy buenos ojos (o "a contrario sensu" ciegos) deben mirarnos los evaluadores británicos para vernos mas demócratas que franceses o americanos, cuando lo cierto es que no estamos lejos de lo que llaman "regímenes híbridos" como Ucrania o Bolivia y, en algunas cuestiones, en el filo de la navaja de los "regímenes autoritarios" como Rusia o Venezuela (regímenes estos, muy del gusto del vicepresidente español). En realidad, nuestra democracia es más aparente que real, una bonita fachada (la que han visto los analistas) que encubre un sistema político que en el mejor de los casos se puede calificar de oligarquía de partidos. Tenemos una "democracia electoral" ya que, en efecto, los ciudadanos votan… ¡pero no eligen! Se limitan a ratificar (listas cerradas) los candidatos designados por los partidos. Los supuestamente elegidos por el pueblo solo atenderán a los intereses de su formación (impera la disciplina de voto, prohibida en la Constitución, pero habitual en los parlamentos). Otra propiedad de la democracia, la separación de poderes, es una entelequia. Ejecutivo, legislativo y judicial constituyen un tótum revolútum que posibilita que consintamos un golpe de estado en una parte del territorio; que cohabitemos con el terrorismo; que aceptemos sin rechistar que se incumpla la Constitución en según qué regiones o que estemos de acuerdo en que la corrupción sea el lubricante que mantiene en funcionamiento el sistema. Por desgracia, esta España se asemeja demasiado a la de charanga y pandereta que hace más de un siglo escribió Machado.

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