No crean que el título de esta su columna es una cifra en números romanos ni una misteriosa clave. Es algo más sencillo, la abreviatura de Ciudad De MéXico, uno de los núcleos urbanos más grandes del mundo. Cuando el avión se acerca de noche, al aeropuerto Benito Juárez de la capital, se puede uno asombrar de la extensión de la ciudad, en donde duermen 23 millones de habitantes, que ocupan prácticamente todo el Valle de México. Fue construida sobre la gigantesca laguna de Tenochtitlán, a la que llegó Hernán Cortés en 1521 y de la que todavía se extrae agua para consumo humano. Ello provoca numerosos problemas de cimentación de edificios. Para colmo, la naturaleza castiga a la ciudad con cierta frecuencia, mediante terremotos, el último en 2017. El tráfico, además, es sencillamente infernal.

Ciudad de México es la ciudad de las mil caras. Puedes disfrutar en el Paseo de la Reforma, con sus bulevares sembrados de amarillos tagetes (allí se llaman cempasúchil), por la festividad de los muertos y con sus rascacielos. He estado viviendo en la zona de Santa Fe, una ciudad modernísima, llena de edificios altos, muchas zonas verdes y servicios de calidad que la creatividad y la fortuna de Carlos Slim, ha creado en el antiguo basurero de la ciudad. El casco histórico es muy hermoso, destacando el bosque de Chapultepec, verdadero pulmón de la urbe que tiene en su seno el castillo que albergó al emperador Maximiliano I y a diferentes presidentes de la República y el Zócalo donde conviven la Catedral y el Palacio Nacional, antiguo de nuestro Virrey y las ruinas de los viejos templos mexicas. El distrito de Polanco es algo así como el barrio de Salamanca de Madrid, elegante y bullicioso. La Roma y Condesa, son más parecidos al Marais de París, con chalets art-decó y casas con encanto, llenas de estudios de artistas y tiendas chic. Para mí, San Ángel, es quizás la zona de la ciudad que más me ha gustado, con su mercado de flores y de pintura, sus restaurantes y sobre todo por el silencio en sus calles que como comprenderán allí es un lujo carísimo. Con todo, el mejor tesoro que he encontrado, son los mexicanos. Gente amable y cariñosa con los españoles, son tan educados, como lo éramos nosotros en los sesenta. Hacen que te sientas como en tu casa y la influencia española en los negocios y en los artículos de los supermercados, es claramente visible. Algo importante: no he tenido sensación alguna de inseguridad, en ningún momento del viaje.

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