Rara es la semana en la que no estalla una nueva polémica en relación con el primer ministro británico, Boris Johnson, y su entorno. Se han ido conociendo sucesivamente escándalos, medias verdades y mentiras en torno a comportamientos de dudosa honradez y, posiblemente, al margen de la ley (tal vez filtrados por Dominic Cummings, despedido en 2020 como uno de los hombres de confianza más cercanos a Boris Johnson).

Esta semana, con varios focos anteriores todavía humeantes, se ha conocido que cuando en toda Inglaterra estaba prohibido que más de dos personas de núcleos de convivencia distintos se juntaran en el exterior, Boris Johnson y su mujer asistieron a una fiesta en los jardines de Dowing Street en la que fueron invitadas unas cien personas. Indudablemente se trata de un mensaje extraordinariamente negativo a la población británica. En definitiva, un grupo de políticos conservadores está por encima de las normas en momentos significativamente duros en la pandemia con altos costes personales, sociales y económicos para gran parte de la población.

En esta columna quiero poner de manifiesto la relación de estas recurrentes crisis políticas con la negociación sobre el estatuto jurídico de Gibraltar, hecho que, a priori, parece no tener una conexión directa. Sin embargo, la tiene, y por dos motivos.

En primer lugar, es bien conocido que para Boris Johnson y su equipo el chivo expiatorio para gran parte de los problemas de Gran Bretaña es la UE. Y él sabe que esta estrategia es rentable en cuanto que hay un alto porcentaje de ciudadanos británicos que admiten fácilmente este planteamiento. Fue así antes del Brexit y es así después. Los europeos como villanos burócratas y centralistas son responsables de que el Reino Unido haya dejado de ser la potencia global que fue. Por ello, ante situaciones de crisis políticas como la actual una táctica recurrente es alimentar una controversia no resuelta con la UE para azuzar el sentimiento nacionalista y acaparar la atención de los medios. La crisis en relación con Irlanda del Norte y los problemas pesqueros con Francia son temas recurrentes para ocultar las polémicas sobre las fiestas de Johnson.

En segundo lugar, lo cierto es que estas crisis son cada vez más graves y más difíciles de aplacar. Por ello, cada vez son más fuertes las señales que indican una posible crisis de Gobierno con cambios en el gabinete o, incluso, apuntan a la eventual caída en desgracia de Boris Johnson.

Cualquiera de las circunstancias apuntadas anteriormente, exacerbamiento de crisis con la UE o cambios en el Gobierno británico, incidirán directamente en las negociaciones actuales entre la UE y el Reino Unido en relación con el estatuto europeo de Gibraltar. Es un recordatorio de lo enormemente complicado que es el contexto negociador en un momento de oportunidad histórica.

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