Antes de la creación de los tanatorios, los muertos se velaban en los domicilios particulares. El acto final, se producía cuando salía el cadáver de la estancia y entraban unos señores que depositaban unas bolitas, en unos recipientes con agua. Como consecuencia de la reacción química, se producía una rápida humareda desinfectante que se confinaba, cerrando puertas y ventanas, durante 24 horas. Transcurridas estas, se oreaba la habitación y permanecía en el ambiente un olor dulzón con matices químicos, muy característico. A los empleados de las bolitas, el vulgo les llamaba "bolicheros". Iban vestidos de color gris y los supersticiosos, cuando se cruzaban con ellos, cambiaban de acera, a toda prisa. El otro día descubrí que mi memoria olfativa, guardaba el recuerdo de aquel olor a muerte, escondido en mi pituitaria. Sucedió, mientras veía la habitual rueda de prensa sanitaria del ministro Illa y el científico de cámara Simón. A decir verdad, a los pobres les ha alcanzado la tormenta perfecta, para la que evidentemente, no estaban preparados. Quede en su descargo que los demás, tampoco lo estábamos.

Vaya tela, obligar a las criaturas a ponerse todos los días de pié, delante de un atril, a rendir cuenta de los fracasos de gestión de la pandemia que se repiten más de lo que fuera deseable y que les obliga a estar incómodos, con posturas forzadas, deseando que se acabe el suplicio. Para mitigarles el trago, decidieron sacar a uniformados que siempre dan bien en pantalla. Ahora se han dado cuenta que los militares no saben mentir con la convicción de los políticos y los han sacado de escena. Para colmo desde las filas socialistas, se quejan de que sus líderes se tragan los marrones, mientras Pablo Iglesias acapara las noticias buenas. ¿Noticias buenas?. Por los clavos de Cristo, si llevamos dos meses, en que no hemos bajado de unos cuantos centenares de muertos, cada día. Si además el risueño comunicador de las buenas noticias, es el responsable de las residencias de ancianos, donde han caído los más débiles e indefensos de nuestra sociedad, ¿dónde están, las puñeteras buenas noticias?. Ya que no guardan luto por ellos, ni ponen la bandera a media asta porque da mala imagen o porque tienen mala conciencia, por lo menos respeten a los familiares, en su dolor. Quizás ellos no se hayan dado cuenta, pero el olor dulzón de la muerte, ya les envuelve y si alguna vez salgo del encierro y me los cruzo por la calle, tengan por seguro que me cambiaré de acera. Los pobre "bolicheros" de antaño no se lo merecían, pero ellos, sí.

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