Belén

Replicada en medio mundo, la luz del pesebre no puede ser patrimonializada por ninguna ideología

TAN cierto es que la identidad europea, discutida como todas las identidades, no puede ser definida en términos exclusivamente religiosos como el hecho de que el cristianismo, nacido en la periferia del Imperio como secta o desviación de la fe judaica, está indisolublemente ligado a las evoluciones del continente desde que Roma dejó de ser oficialmente pagana. La cultura occidental se sustenta en el formidable legado de la Antigüedad clásica, que por lo demás incorporaba mucho del Oriente donde nacieron el cultivo de la tierra, la civilización y la escritura, pero sin la religión cristiana no se entenderían la historia, el arte, la literatura o el pensamiento de las naciones que hoy, luego de siglos de discordias y enfrentamientos, forman una Unión que avanza -o a veces retrocede- en el deseable propósito de alumbrar una verdadera comunidad política. Nadie cuestiona la separación de la Iglesia y el Estado en las sociedades modernas, ni quedan entre nosotros defensores de la teocracia. Relegada al ámbito de las creencias personales, la fe, en nuestro caso la católica, tiene una dimensión cultural en tanto que portadora de tradiciones seculares, para acercarse a las cuales no es necesario pertenecer a la comunidad de los creyentes. Buena parte de los valores cristianos pueden ser y de hecho son asumidos, como parte de una herencia que es no sólo europea sino universal, por muchas personas que no tienen por qué ser fieles estrictos. Del mismo modo que los furibundos anticlericales, tan comprensivos con los desmanes de otros credos, los nostálgicos del integrismo parecen anclados en una época que por fortuna tiene poco que ver con la realidad contemporánea, en la que los creyentes, como cualquier ciudadano, pueden defender públicamente sus ideas, coincidan o no con las opciones mayoritarias que en todo caso no obligan a nadie a contravenir sus principios morales. El laicismo no condena la religión, más bien la preserva de los abusos, y en este sentido la politización de la Navidad, fecha central del calendario cristiano, es un completo despropósito. Devaluada por el consumismo compulsivo, la ignorancia de los hechos que celebra o el pintoresco ninguneo de los devotos del soslticio, sólo le faltaba a la fiesta que se la apropiaran quienes hacen lo propio con otros símbolos del imaginario compartido. En la Basílica de la Natividad de Belén, antigua provincia de Judea, una estrella de catorce puntas señala el lugar exacto donde fue el alumbramiento. Es un lugar santo y lo será siempre, para todos los lectores del Evangelio. Replicada en medio mundo, la luz del pesebre no puede ser patrimonializada por ninguna ideología.

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