hoja de ruta

Ignacio Martínez

Barreras electorales

EL día de reflexión es un momento oportuno para hacerse dos preguntas. Una es si la gente vota lo que realmente desea. Un servidor piensa que no. La segunda es si el bipartidismo da estabilidad a un país. Y aquí este cronista se reserva el pronóstico. Depende. La gente no vota lo que quiere de manera literal. Ya han visto cómo en los últimos días un veterano como Manuel Chaves ha reclamado en Cádiz la unión de la izquierda en torno al PSOE, para restar votos a IU. Con el argumento de que el suyo es el único partido que puede frenar a la derecha, que es como el PSOE llama en campaña electoral al PP. El ex presidente de la Junta está diciendo a los ciudadanos que no voten lo que quieran, sino lo que les conviene. De donde se deduce que la utilidad está reñida con el deseo.

La masiva propaganda de los dos partidos que controlan el sistema electoral, su aparición preferente en los espacios obligatorios de los medios públicos; las entrevistas e informaciones forzadas por una normativa vigente que sólo ellos pueden modificar, inducen a decisiones que no se corresponden con los deseos últimos del votante. Hay, además, una clara discriminación hacia las formaciones que quedan fuera de esta pareja. Para empezar, con la financiación. Los demás tienen más difícil o imposible el acceso a créditos. Pero tampoco se les pagan las 200 pesetas por cada voto al Congreso si no sacan representación parlamentaria en esa circunscripción. Es decir, que la candidatura que entra en el Congreso cobra el equivalente a unos tres millones y medio de pesetas por escaño y un tanto por voto. Y el que no entra no cobra un duro por escaño, lo que es lógico, porque no lo tiene, pero tampoco recibe dinero por los voto, que los tiene, y no siempre son pocos. Así es el sistema. Los votos no valen lo mismo en términos financieros ni electorales. Medido en escaños, un sufragio de Soria vale por cuatro de Madrid, y uno al PNV en la pasada legislatura valía por veinte a Izquierda Unida. Todo está montado en perjuicio de las minorías.

Y después están las barreras. La más notoria es la Ley D'Hondt, un sistema mayoritario de asignación de escaños, que beneficia a los más votados. Otra es el 3% exigido en cada circunscripción para poder obtener asiento en el Congreso. De tal manera que si después de las divisiones por el método D'Hondt le correspondiese un diputado a una minoría, pero le faltasen unas décimas para el 3%, se quedaría fuera. Pero la barrera más letal es que los restos de votos que no han conseguido representación no vayan a un colegio nacional que asigne un determinado número de escaños. Eso a partidos nacionales medianos, como IU o UPyD, le duplicaría o triplicaría sus escaños.

Todo esto se justifica con el argumento de que el bipartidismo da estabilidad al país. Teoría cuya discusión dejo para mañana.

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