No hay billetes...

Todo el mundo ha colocado el cartel de 'no hay billetes' en un país que se supone aún asfixiado por una crisis económica

Ganas de armar la marimorena. Es lo que hay en estos días de puente, de fiestas, de comidas y de todos los excesos que nos impone la llegada de la Navidad. Después de sufrir los rigores de la pandemia, parecen haberse multiplicado por diez las ganas de disfrutar, salir, beber, cantar y brincar del personal para delirio de bares y establecimientos que -como es natural- se disponen a recuperar el tiempo e ingresos perdidos. Hasta ahí todo bien. Tanto es así que hay lugares que se han convertido en destinos imposibles estos días dentro de nuestras propias fronteras. Por ejemplo, Madrid, como otros destinos turísticos, este fin de semana triplicó el precio de sus alojamientos, colgando en las puertas de la ciudad el cartel de no hay billetes, para disgusto de muchos de los que quisimos acercarnos un ratito. Y esta frase me hace formular una pregunta muy sencilla… ¿No hay billetes? Pues diría yo que sí. O nuestra economía no va tan mal como la pintan o yo me he perdido algo. Bares abarrotados, transportes con precios disparados, localidades de teatros agotadas, en Madrid, en Málaga, en Sevilla… Zambombás (sí, he escrito zambombás con tilde en la "a") en los bares de al lado de casa, en las que no cabe ni un alfiler. Todo el mundo de acá y allá ha colgado el cartel de 'no hay billetes' en un país que se supone aún asfixiado por una crisis económica. Pero parece que sí, que haberlos los hay, los billetes.

Eso no significa que no exista la pobreza sino que sigue siendo invisible, como ha sucedido a lo largo de la historia de la humanidad. Evidentemente, a quienes no les da para pagar el recibo de la luz no están en los bares de parranda. Pero lo cierto es que sales a la calle y la sensación no es precisamente la de una sociedad que vive momentos difíciles, ni se siente deprimida por el paro o el coste de la luz, sino más bien una masa que a la voz de barra libre, sale despavorida en busca de ese desenfreno.

Llega la Navidad y llega lo más parecido a lo anterior de la pandemia, sólo que con más ansias y menos mascarilla que el año pasado, casi de manera compulsiva. Se suponía que este trance iba a ayudar a sacar lo mejor de nosotros mismos, cuando esto se calmara. Pero lo que ayer encontré en mis calles cuando salí a pasearlas fue mucha gente dando tumbos a tempranas horas de la noche. Quizás bebamos para olvidar u olvidamos pronto para beber. Quizás es inherente a la condición del ser humano el olvido como mecanismo de defensa para poder seguir adelante. Sigamos, vivamos, disfrutemos, pero intentemos mantener el paso firme y la mente clara, por si tropezamos con los adoquines. Poquito a poco… siempre mejor.

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