El adviento es el primer periodo del año litúrgico cristiano y, en puridad, se trata de los días de preparación espiritual para la celebración de la Navidad, o sea, la conmemoración del nacimiento de Cristo. En teoría, ya decimos, porque la realidad es que para muchos de nosotros, quizá la mayoría, y la menos silenciosa, venían siendo días de preparación y ejecución de fiestas privadas y públicas, para consumir y regalar, para engordar y vivir pequeñas bacanales con la excusa de tales fechas, que para los más descreídos nada tienen que ver en la práctica con recogimiento ni creencia alguna: así son las cosas, y nadie es nadie para juzgar lo que hace nadie con su tiempo libre en las épocas de solaz y festejo oficiales del invierno. Hasta este año y sus días raros, de pandemia que viene y va de la mano de las muertes de muchos y de la esperanza de una vacuna redentora, lo habitual venía siendo una creciente secuencia de almuerzos y cenas de amigos y menos amigos, de compañeros de trabajo, de peña, de pandillas de matrimonios, y por supuesto de familias: las familias son la parte más espiritual de todo este tinglado, pagano que te mueres, y la parte más tierna y cercana al amor entre las personas y la añoranza de quienes no están ya por aquí. Allá cada cual, allá cuidado; que cada palo se aguante su vela y arree su zambomba como Dios -es un decir- le dé a entender. Vade retro, pepitogrillos. Pero no nos engañemos, no pongamos nuestras triviales manos sobre la Navidad.

El jueves, el prudente, improbable y exitoso presidente de la Junta de Andalucía, Juanma Moreno, anunció, entre otras medidas, que no podrá haber fiestuqui etílico -tampoco nos engañemos- en la calle entre las seis y las ocho de la tarde. Sencillamente razonable, si de lo que se trata es de evitar contagios por coronavirus. Las empresas del sector se han puesto en pie, y hasta en pie de guerra, aunque cabe poner en duda si las empresas del sector son sus representantes y voceros oficiales. En nuestras ciudades, el turismo propició una oferta hostelera que ahora es holgura y dolor económico, como sucede en muchos otros sectores, menos notorios, y esperaban que la mano de la autoridad competente se abriera y permitiera hacer caja como antaño -hace no más un año-, y así pagar sus obligaciones y sus sueldos, mejores o peores. No ha sido así, y sólo cabe considerar sensato el corte -de rollo, pues sí- de esas dos horas críticas... y nutritivas para establecimientos y, también, para el virus, ratos en los que las mascarillas cotizan a la baja y el contagio que no cesa, al alza.

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