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Ayer nadie de nuestros políticos estuvo a la altura de la crisis del coronavirus, y Vox tampoco

Me preguntaba cuándo escribiría mi primer artículo crítico con Vox y era una especie de duelo cruzado entre mi simpatía con unos principios previos y mi independencia periodística. Ésta siempre iba a ganar, naturalmente. Ha llegado el momento. No me cabe duda de que Vox también tendría que haber suspendido su gran acto de Vistalegre, aunque haya sido un éxito de convocatoria. Se unían al menos tres razones de peso.

La primera, como decíamos ayer hablando de las manifestaciones feministas, la sensatez sanitaria. Cuando en toda Europa se ponen regiones enteras en cuarentena y prohíben las concentraciones, lo más sensato es atenerse al comportamiento más conservador, a pesar de que aquí (para ser justos) tienen la cobertura de la falta de instrucciones del Gobierno, las misas a los que tantos fuimos, los conciertos, los estadios de fútbol, las fiestas locales y todos los demás partidos políticos, todos, que asistieron a las macromanifestaciones del 8-M.

Lo que nos lleva directamente a la segunda razón: la táctica política. Si hubiese suspendido su acto, Vox habría metido mucha más presión al Gobierno de Sánchez por su pasmosa inactividad. Ahora, aunque sea involuntariamente, le han hecho la cobertura mediática y hasta la moral. Por supuesto, no se pueden comparar las responsabilidades de unos y de otros; pero, para todos los que ponen en duda la eficacia y la seriedad del Gobierno en este caso, ver que "el partido de la frontal oposición" confía en las llamadas oficiales a la indiferencia, desconcierta.

La tercera razón es la que el corazón más entiende y ojalá no pase. Imaginemos que existen contagios entre los asistentes al acto. No sé cuantas probabilidades hay de que ocurran, pero muy pocas son muchas y muy serias (para la salud de las personas y para la reputación del partido).

Nuestras equivocaciones tienen las mismas raíces que nuestros aciertos, y supongo que la osadía de Vox, que se ha demostrado desde su fundación contra viento y marea, les lleva de la mano y con una inercia lógica, a minusvalorar los riesgos por sistema y a volver la espalda al cálculo maquiavélico. Le quedan resabios del partido pequeño contra todos y sin miedo a nada ni a nadie. Pero ahora son el tercer partido de España, y creciendo, y tienen pendiente cierta evolución hacia una reflexión más poliédrica y prudencial, sin perder el espíritu ni el empuje. Ayer perdieron una oportunidad.

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