Estamos en ello

El personal se queda con la sensación de que lo que le preocupa a los actores es dónde colocarse

Pues esto es lo que hay y no queda sino disponerse a "echar p'alante". En todo caso da gusto ver que al día siguiente de unas elecciones, la calma se hace con el ambiente. Es una de esas cosas buenas que tiene la democracia, de las mejores: no pasa nada, por más que el horizonte cambie o incluso se complique. Se asumen los resultados y se ordena el nuevo escenario para que las Administraciones -gracias a los funcionarios, sobre todo- funcionen. La llamada a consulta que ha orquestado la Presidencia del Gobierno, no procede en las formas, pero bueno está que se transmita la sensación de normalidad que debiera ser lo habitual en las relaciones entre quienes se supone no pretenden sino el bienestar de los ciudadanos y el progreso de la convivencia entre los españoles. El presidente está, otra vez, confundido; sus entrevistas con los líderes de los principales Partidos no debieran parecerse, ni desde lejos, a la ronda de consultas que le corresponde hacer al Jefe del Estado tras unos comicios; y el lugar para hacerlo es el Congreso, no la sede de la Presidencia.

La falta de respeto que algunos actores de la política tienen no sólo por los demás sino también por sí mismos, hace que el ciudadano se desconcierte ante la normalidad. Porque ésta es darse la mano, hablar, debatir, buscar el modo de llegar a acuerdos y resolver problemas y gobernar conforme a las leyes y al principio de autoridad. Si uno está ante sujetos que mienten, falsean y estafan, que se insultan y se ayudan de delincuentes de guante blanco para airear sus mutuas vergüenzas, verles juntos, en unión y concordia, suena a un falso que escandaliza al más pintado. Simplemente tirando de hemeroteca, sin tener que recurrir a la moviola, puede comprobarse hasta qué punto la clase política ha ensuciado el escenario. Parecen grupos de amiguetes en torno a sus estratos de oligarcas, viendo el modo de hacerse con cotas de poder a toda costa, sin que se vea claro en todo ello que la confrontación obedezca al propósito de prestar un mejor servicio a la sociedad. Es como si se tratara de una competición con sus estrategias para disponer de cancha de la que sacar beneficios para el grupo.

El impasse que sigue al reparto de papeles, a la organización de la tramoya y de los decorados, debiera ser a beneficio de la puesta en escena, pero el personal se queda con la sensación de que lo que le preocupa a los actores es dónde colocarse.

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