Ayuso, el azar y la necesidad

Como Demócrito y Monod dirían de la vida misma, tal vez Ayuso sea fruto del azar y la necesidad

Cuando a Isabel Díaz Ayuso, o quizás a alguno de sus asesores, se le ocurrió irrumpir en plena pandemia con la convocatoria de elecciones en Madrid, se señaló un antes y un después en la política española de nuestro tiempo. Junto a Isabel, entre bastidores y en voz baja, se aloja un fino observador, de experimentado olfato. Muy conocido en los medios de comunicación y en los silenciosos foros de la intelectualidad inteligente; no muy numerosa, por cierto. Miguel Ángel Rodríguez -MAR para los amigos- es un vallisoletano aún no sexagenario, descubierto por José María Aznar en los últimos años de la década de los ochenta, cuando alcanzó la presidencia de Castilla y León. MAR era un joven periodista de El Norte de Castilla, un diario de prestigio que dirigió Miguel Delibes y en el que se hicieron, entre otros y por no extender la nómina, Manu Leguineche, José Jiménez Lozano y Francisco Umbral. Y Aznar intuyó sus capacidades, lo puso en puesto de salida en la lista del Partido Popular al Congreso de los Diputados, en 1996, y durante parte de su primer Gobierno, fue Secretario de Estado de Comunicación y Ministro Portavoz.

Diaz Ayuso es una mujer de una extraordinaria sencillez, rara avis en su gremio, directa y cercana. Normalita, diríamos; una cualidad que escasea en la partidocracia española. Que sea mujer, supone un valor que no por estar en alza, ha dejado de ser consustancial al dominio y seguridad en sí mismo, a la paciencia y a la percepción multiobjetivo. Alguien así llama la atención y produce una atracción que si se instrumentaliza con habilidad, no tiene más remedio que dar buenos resultados hacia fuera y despertar todas las alarmas hacia dentro. La progresía y no sólo la progresía la tiene por tonta, seguramente no advierten los perfiles de sus colaboradores más cercanos ni entran en consideraciones sobre sus movimientos estratégicos. La llegada hasta donde está de esta madrileña de Chamberí, que sigue viviendo en su piso de soltera y es hija de la emigración a la ciudad de gente de pueblo; no da, empero, señales de grandes ambiciones. Ni su recorrido ha sido fácil ni es producto de logísticas de grupo o de poderosas oligarquías. Si acaso; como escribiría Demócrito, profeta de la cosmología, unos cuantos siglos antes de Cristo, y reescribiría Jacques Monod, en los años setenta; en ambos casos, para explicar la evolución de los seres vivos; Isabel es tal vez fruto del azar y la necesidad.

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