En 2019 una fotografía fue portada en todos los periódicos, se trataba de la interminable hilera de alpinistas que aguardaban su turno para hacer cima en el Everest, el pico más alto del planeta con 8.884 m. Sorprendía el hecho de que una de las hazañas más difíciles y peligrosas incluso para los más expertos escaladores estuviese al alcance de tantos "aficionados". Mayor asombro si cabe ha producido hace unos días la imagen de una larga fila de montañeros esperando atravesar el paso conocido como "cuello de botella" para hollar la cima del K2, segundo pico (8.614 m.) del Himalaya de muy dificultosa ascensión, al punto de haberse cobrado la vida de uno de cada cuatro montañeros que intentaron conquistarlo (entre ellos la de ocho españoles). Entre 1954 (año de la primera ascensión) y 1996 solo 145 alpinistas lograron coronar con éxito la empresa. Curiosamente ese mismo número fueron los que alcanzaron la cumbre el pasado 22 de Julio (el posado del grupo en la cima es equiparable a la de una excursión de colegio en un día de campo). Esta repentina masificación turística de los ochomiles no es fruto de la súbita aparición de una generación de superescaladores, sino que tiene su razón de ser en el nacimiento del alpinismo comercial, o sea, con ánimo de lucro. Lo que hasta hace muy poco estaba destinado a ser una proeza al alcance tan solo de unos cuantos elegidos se ha convertido en un negocio gestionado por avispados sherpas nepalíes y afganos que mediante la colocación de cuerdas fijas hasta la cumbre (incluso dobles para que los que suben no interfieran con los que bajan) y la distribución generosa de botellas de oxigeno a lo largo del trayecto han logrado hacer accesible el K2 a quienes teniendo un estado físico aceptable posean, eso sí, una cuenta corriente extremadamente saneada. De igual manera el moderno explorador puede pisar el Polo Sur sin las inmensas penalidades que sufrieron Amundsen o Scott (que murió sin ni siquiera alcanzarlo). Un breve vuelo en helicóptero desde un moderno rompehielos, depositará al viajero en el punto más austral de la superficie terrestre y allí, mientras fotografía su "hazaña", disfrutará de un suculento picnic junto al capitán del barco. Aquellos que admiran las aventuras de Livingstone y Stanley, pueden redescubrir sin ningún esfuerzo y descansando en tiendas con aire acondicionado, las fuentes del Nilo en el lago Victoria emulando a Richard Burton y John H. Speke, pero sin sufrir los quebrantos de los dos británicos en su accidentada expedición desde Zanzíbar (espléndidamente narrada en la película "Las montañas de la luna"). En definitiva, hoy para ser un aventurero a lo "Indiana Jones" es más práctico tener dinero que valor. La prueba: los miles de turistas que se pasean por las ruinas de Petra.

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