Gafas de cerca

Tacho Rufino

jirufino@grupojoly.com

Aute pasaba por aquí

Una noche de verano de hace una buena pila de años, en Cádiz, mientras hacíamos cola para comprar las entradas de un concierto de Luis Eduardo Aute -creo que era en el Parque Genovés- decidimos, de pronto y todos a una, darle otro destino a las dos mil pesetas que costaba cada entrada, así que nos fuimos a El Puerto de Santa María y nos las gastamos en lo que para mí fue la primera mariscada de mi vida. Yo todavía los toleraba; es más, me sabía de cabo a rabo unas pocas de canciones de cantautores españoles, cubanos y hasta italianos. Como a otros coetáneos míos, en algún momento de la juventud ya talluda, tan repentinamente como en aquella espantada y viraje hacia pantagruel y el ácido úrico, dejé la emoción lírica y el compromiso social cantados y sus correlativos arpegios, y no ya para mejor ocasión, sino para siempre. Hay carne de diván ahí, porque por suerte eso nunca me ha pasado con el pop y el rock: al contrario, tampoco sé bien por qué. Sea como sea, Aute pasaba por aquí, y se ha ido ayer. Todos pasamos por aquí, algo que ningún humano interioriza con el debido pánico existencial. No todos somos Sartre o Cioran. Menos mal.

Todos los mundos -todas las vidas- son de ayer, tarde o temprano, y robo la frase a la monumental autobiografía del judío austriaco Stefan Zweig (El mundo de ayer, preciosa edición de Acantilado), que dibuja una apasionante y ya inquietante panorámica de la juventud del autor, en los años previos a la Primera Guerra Mundial. La escribió cuando había estallado la segunda gran guerra del XX, huyendo del Anschluss y el nazismo, y poco antes de suicidarse con su mujer en Brasil, y antes de que el libro se editara. Como Zweig, usted y yo, si no morimos jóvenes -en mi caso será así-, habremos vivido experiencias colectivas y señaladas a lo largo de los años, hitos que jalonan el devenir de nuestra pequeña vida y nuestro gran corazón. Ahora vivimos uno de esos momentos de derrumbe de los paradigmas que tenemos como cimentos vitales. Cuando acabe esta embestida del destino en forma de microorganismos invisibles, cuando se culmine este acelerón brutal e inédito de la historia, es muy de temerse que casi nada será como antes, y nuestras certezas, costumbres, formas de relacionarnos, pautas de consumo y trabajo, disfrute del ocio, estructuras económicas, equilibrios geopolíticos mutarán, bien puede que radicalmente. Sus fans seguirán escuchando las canciones de Aute, que ya pertenece a un mundo de ayer. Esas y otras anclas nos proveerán de tanto en tanto esa felicidad del pasado que se llama melancolía.

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